Mirando hacia delante
Héctor Pereyra Ariza advirtió el riesgo de una sociedad dominicana con déficit intelectual

El doctor Héctor Pereyra Ariza fue un notable psiquiatra dominicano, reconocido por su inteligencia y su capacidad clínica. Fuimos amigos cercanos. Mientras se desempeñaba como ministro de Salud Pública, un día me confesó su temor de que los dominicanos camináramos hacia una sociedad de oligofrénicos; según su percepción, en unos veinte o veinticinco años hasta el 80% de la población podría verse afectada por esa condición.
Desde esa conversación, el tema de la oligofrenia ha captado mi atención por sus implicaciones culturales y sociales. Fue un asunto recurrente en mis estudios en la Facultad de Salud Pública de la Universidad de Harvard (1979).
La palabra oligofrénico no es común en el lenguaje cotidiano, pero describe una de las realidades más duras: el retraso mental o discapacidad intelectual. Suele manifestarse en la infancia, y entre sus causas se encuentran la desnutrición materna, la falta de oxígeno al nacer y la carencia nutricional en los primeros años de vida.
Quien lea este artículo probablemente ha visto —o incluso convivido con— una persona con retraso intelectual sin identificarla. Un ejemplo simple: usted está en una terraza y le pide a alguien que retire el vaso frente a usted; lo toma, pero se queda de pie esperando que le indiquen dónde colocarlo. Esa dificultad para interpretar situaciones, tomar decisiones y adaptarse a las demandas básicas de la vida puede reflejar un desarrollo cognitivo inferior al promedio.
Ahora imaginemos un país donde el 80% de la población sufra algún grado de discapacidad intelectual. Un escenario tan extremo, como el que planteó el doctor Pereyra, sería una tragedia colectiva. En una nación pobre como la nuestra, las consecuencias serían devastadoras: productividad económica casi nula, incapacidad para ocupar puestos técnicos o profesionales, y dificultades incluso para oficios básicos.
El impacto sobre los sistemas de salud y educación sería inmenso. Se necesitaría un aparato médico costoso y especializado para atender a millones de personas con necesidades especiales. No podríamos aspirar a la ciencia ni a la innovación; apenas a sobrevivir.
Un país con tal proporción de personas afectadas quedaría atrapado en un círculo de pobreza, dependencia y atraso. El desarrollo humano —la capacidad de elegir y construir el propio destino— se vería anulado.
¿Podría ocurrir algo así? No creo que en los porcentajes que temía Pereyra Ariza, pero sí existe un riesgo real: factores ambientales y sociales como la desnutrición infantil y la inadecuada alimentación materna reducen el coeficiente intelectual promedio de una población. Cuando eso ocurre en un país donde ya existen altos niveles de discapacidad intelectual, se agravan la pobreza, la baja productividad y la escasez de pensamiento crítico.
El verdadero desarrollo no se mide en carreteras ni edificios, sino en cerebros bien nutridos y educados. Invertir en salud materno-infantil, educación de calidad y protección ambiental no es solo una obligación moral: es la única vía para evitar que una sociedad entera se hunda en la ignorancia y la dependencia.
Un país no avanza si su gente no aprende a pensar, crear y razonar. La riqueza más valiosa de una nación está en la mente de sus hijos.
Y si usted cree que esto no podría pasarnos, observe un rato lo que ocurre en la casa de Alofoke.

Luis González Fabra
Luis González Fabra