El país de los muchos presidenciables
En el país, todos amanecen con alma de presidente y espíritu de campaña
En la República Dominicana amanecemos, casi por instinto, con vocación presidencial. El dominicano se mira al espejo y no descubre un vecino cumplidor ni un profesional diligente, sino un jefe de Estado en potencia. Aspirar es nuestro deporte nacional, el más abierto y orgullosamente democrático. La Carta Magna se muestra generosa, casi afectuosa, con quienes aspiran. Para presidente basta haber nacido aquí, cumplir la edad y saber leer y escribir. Mientras tanto, para aspirar a una plaza de médico interno se exige un repertorio completo de títulos, exámenes, residencias y certificaciones. Aquí se intuba con más rigor del que se gobierna.
Esa amabilidad constitucional nos empuja a la campaña perpetua. El país vive en trance, convencido de que el porvenir depende de un "presidenciable" que promete el cielo en cuotas. La política es la gran escena nacional, un teatro donde nunca falta el elenco. Abundan los redentores instantáneos, los gestores sin trayectoria y los tribunos de ocasión que de buenas a primeras descubren su talento cívico. Así hemos sostenido una agenda imaginaria que reparte la presidencia hasta las postrimerías del siglo, y hay quien asegura que vamos tarde, porque ya se reservan turnos para el 2044 con la naturalidad de quien paga con la tarjeta de crédito.
El problema no radica en soñar, sino en creer que el mando es vocación espontánea y no oficio arduo. La silla presidencial se ha convertido en un deseo rutinario y no en responsabilidad solemne. Sería saludable recordar que dirigir un país provoca canas. Que dista de lanzar consignas y multiplicar selfies en campaña. Se gobierna como se salva una vida en quirófano. Pena sigamos operando con bisturí prestado y manual sin leer.

Aníbal de Castro