Cuerpos de Barro emociona en clausura en Sala Ravelo del Teatro Nacional
La obra de Haffe Serulle cerró su temporada en la Sala Ravelo con una puesta en escena que conmovió al público y la crítica

La Sala Ravelo del Teatro Nacional Eduardo Brito se convirtió en un espacio de memoria viva con la función final de la obra Cuerpos de Barro, escrita y dirigida por Haffe Serulle. La clausura estuvo marcada por la intensidad poética y un despliegue actoral que confirmaron por qué esta puesta en escena conquistó al público y a la crítica.
Con interpretaciones de Stuart Ortíz, Lissette Jiménez y Saúl Rodríguez, el escenario se transformó en un universo de emociones donde la fragilidad humana, la memoria y la esperanza dialogaron entre luces, telas y sonidos ancestrales.
Cada gesto de los actores fue recibido con estremecimiento, en una propuesta que trasciende el teatro convencional y se convierte en una experiencia sensorial y profundamente humana.
La riqueza escenográfica —tarimas que se desplazan como cuerpos, telas que respiran y tambores que evocan vientres, ataúdes y barreras— se fusionó con la entrega del elenco en un resultado considerado entre los aportes más memorables del teatro contemporáneo dominicano.
Un espejo público
Un crítico de arte presente en la clausura afirmó que "Cuerpos de Barro no es solo teatro; es un espejo donde el público se reconoce vulnerable y a la vez esperanzado".

La valoración resume el espíritu de una obra que, sin duda, debe figurar en la conversación sobre los más altos reconocimientos de las artes escénicas en el país.
El equipo artístico y de producción expresó su gratitud al público por el respaldo durante toda la temporada, así como a los críticos y especialistas de arte que acompañaron la travesía escénica. "Cada aplauso fue un latido compartido, cada reseña una chispa que nos impulsa a seguir creando", señalaron tras la función.
"Cuerpos de Barro" se despide del escenario, pero queda sembrada en la memoria colectiva como una obra que dignifica la sensibilidad, celebra la creatividad y confirma la fuerza del teatro dominicano como patrimonio vivo.