Volver a lo ancestral no es volverse carnívoro: eso nunca existió
La longevidad se construye combinando lo ancestral y la ciencia actual, no replicando modelos que nunca existieron en la forma en que hoy se promueven

La idea de que la salud moderna puede recuperarse imitando el estilo de vida paleolítico —comer "como antes", movernos más, dormir mejor y alejarnos de los ultraprocesados— ha ganado fuerza en los últimos años.
Es una narrativa poderosa y seductora, porque apela a la simplicidad y a la intuición: "si la biología humana es ancestral, quizá la solución también lo sea".
Sin embargo, este enfoque tiene limitaciones profundas cuando se toma de manera literal, especialmente cuando se repite la idea equivocada de que nuestros ancestros eran carnívoros.
La evidencia antropológica es contundente: ninguna población humana ancestral estable seguía una dieta exclusivamente basada en carne. Ninguna.
Todas las culturas de cazadores-recolectores conocidas consumían plantas diariamente, ya fueran raíces, tubérculos, hojas, frutas fibrosas, semillas o granos silvestres. La recolección era, de hecho, la fuente más constante de energía, mientras que la caza era estacional, incierta y altamente variable según el clima.
¿De vuelta al pasado?

Las dietas ancestrales fueron extraordinariamente diversas. En regiones frías, como las poblaciones inuit (un grupo humano adaptado a uno de los climas más extremos del planeta), predominaban las proteínas y grasas animales, pero aun así había aportes vegetales cuando el clima lo permitía.
En zonas tropicales, la base alimentaria eran raíces, frutas fibrosas, hojas y semillas, con proteína animal como complemento. En territorios templados, predominaba la mezcla equilibrada de plantas, fibras variadas, frutos secos, miel estacional, huevos, pescado y carne magra.
En islas del Pacífico y regiones costeras, los carbohidratos complejos provenientes de tubérculos y frutas junto al pescado definían el patrón alimentario. Incluso antes de la agricultura formal, muchas poblaciones recolectaban granos silvestres de forma estacional.
Este mosaico confirma que no existía "la" dieta ancestral y mucho menos una dieta carnívora pura. La diversidad era la regla, no la excepción.
La dieta paleolítica
Pretender replicar de forma rígida un modelo paleolítico simplifica en exceso la complejidad real de la nutrición humana y del contexto moderno.
Nuestra fisiología sigue siendo biológicamente ancestral, pero está profundamente influenciada por un entorno que nuestros antepasados jamás enfrentaron: estrés crónico, ritmos circadianos alterados, sedentarismo estructural, inflamación ambiental, disbiosis, alimentos ultraprocesados, turnos laborales y exposición química.
Además, la evolución continúa. La tolerancia a la lactosa, la digestión del almidón o las respuestas a ciertos micronutrientes demuestran que el cuerpo humano sigue adaptándose a presiones contemporáneas.
Desde la práctica clínica, imponer una "dieta ancestral" literal puede generar rigidez, déficits nutricionales, hiperfocalización en proteína animal, exclusión innecesaria de grupos alimentarios, pérdida de diversidad microbiana y baja sostenibilidad social. Los pacientes viven en ciudades, trabajan, cuidan hijos, manejan estrés y necesitan intervenciones realistas, personalizadas y compatibles con la vida moderna.
Aun así, la esencia evolutiva sí tiene valor: alimentos reales y mínimamente procesados, fibra abundante, proteínas de calidad, exposición solar moderada, movimiento diario, sueño profundo y baja inflamación. Estos principios funcionan no porque sean antiguos, sino porque están alineados con nuestra fisiología.
Para quienes buscan longevidad, la estrategia más efectiva no es imitar el pasado, sino integrar lo mejor del pensamiento evolutivo con herramientas modernas como la optimización de micronutrientes, la medicina preventiva, el entrenamiento de fuerza, la diversidad dietaria y el manejo del estrés.
La longevidad se construye combinando lo ancestral y la ciencia actual, no replicando modelos que nunca existieron en la forma en que hoy se promueven.

Erika Pérez Lara