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Más curiosos y más libres

El lenguaje literario, como todo lenguaje, aspira a ser inteligible, a ser entendido por los lectores

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Más curiosos y más libres
La literatura necesita un lector más atento y más abierto. (SHUTTERSTOCK)

En esta Eñe llevamos unas semanas rondando la idea de la claridad en el lenguaje. Hablamos de claridad en el lenguaje de la administración, de la medicina, de la justicia, de la banca, de la empresa.

Hablamos de que la claridad en el lenguaje con el que se comunican las instituciones es un derecho de los ciudadanos.

Acerquémonos hoy por un momento a la literatura, recordando ese texto de Pablo Neruda sobre nuestras palabras que citamos hace unas semanas: «Todo está en la palabra... [...] tienen sombra, transparencia, peso, plumas, pelos, tienen todo lo que se les fue agregando de tanto rodar por el río, de tanto transmigrar de patria, de tanto ser raíces...».

¿Es clara la palabra de Pablo Neruda? ¿Es el lenguaje literario claro? Recurramos al diccionario: claro ´inteligible, fácil de comprender´.

El lenguaje literario, como todo lenguaje, aspira a ser inteligible, a ser entendido por los lectores.

Pero, si volvemos al diccionario, encontraremos que inteligle significa ´que es materia de puro conocimiento, sin intervención de los sentidos´, y la literatura, más allá del puro conocimiento, de la capacidad de decodificación lingüística, necesita la intervención, no solo de los sentidos, sino de la imaginación, de la sensibilidad, de la emotividad.

La literatura, para ser inteligible, nos reta no solo a entender, sino a entender de un modo más complejo, que implica mucho más de nosotros que la racionalidad: necesita de nuestra humanidad.

La verdadera comprensión de la literatura busca un lector más atento, más comprometido íntima y personalmente; un lector que sea capaz de sentir con Neruda que las palabras pueden rodar por el río y al mismo tiempo ser raíces.

Decía Italo Calvino que su fe en el futuro de la literatura consistía «en saber que hay cosas que solo la literatura, con sus medios específicos, puede dar»; y Emilio Lledó en Necesidad de la literatura nos recordaba que «los libros nos dan más, y nos dan otra cosa».

Esa «otra cosa» que solo la literatura nos puede dar necesita de un lector abierto a establecer esa relación especial con la lengua, a comprender que la lengua literaria, para darnos esa «otra cosa», eso que solo ella puede dar, se rige por otros principios.

Y aquí debemos, en mi opinión, seguir incidiendo: enseñar a conocer nuestra lengua y a usarla correctamente es un derecho ciudadano.

La claridad la exigimos para los textos administrativos, aquellos con los que Estado, las instituciones y las empresas se comunican con los ciudadanos, para los textos jurídicos, que garantizan nuestros derechos, para los textos médicos, estrechamente vinculados con nuestra salud.

La claridad de la literatura es una claridad diferente; una claridad con la que, volviendo al diccionario, percibimos con los sentidos las sensaciones y con la inteligencia las ideas.  

Me atrevo a citar a Mario Vargas Llosa para concluir: gracias al mestizaje y a la claridad de la literatura «los lectores volvemos desasosegados, inquietos: más sensibles e insatisfechos, más críticos y exigentes, menos dispuestos a conformarnos, a aceptar la existencia tal como es.

En otra palabra, más libres. De donde resulta que la literatura y la libertad tienen un irrompible vínculo secreto». La literatura no nos hace más buenos, ni más sabios, pero sí más curiosos y más libres.

TEMAS -

María José Rincón González, filóloga y lexicógrafa. Apasionada de las palabras, también desde la letra Zeta de la Academia Dominicana de la Lengua.