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Lexicógrafos por un día

La riqueza de las palabras que hablan de lo que comemos

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Lexicógrafos por un día
Las palabras son de los hablantes, y lo seguirán siendo independientemente de cómo las hayamos definido los lexicógrafos. (SHUTTERSTOCK)

Les propongo que se conviertan en aprendices de lexicógrafos por un día y que jueguen conmigo hoy a hacer diccionarios.

El rato que durará la lectura de esta Eñe será suficiente para que se hagan una idea del reto en el que nos hemos embarcado las Academias de la lengua española cuando decimos que vamos a construir un Diccionario gastronómico panhispánico.

No sabemos quién, pero era muy sabio, aquel que acuñó la expresión que nos asegura que «no se le pueden poner puertas al campo».

No cabe duda de que quien la utilizó por primera vez bien pudo ser un lexicógrafo; esta expresión es el pan de cada día de nuestro trabajo, porque este trabajo consiste, precisamente, en ponerle, sin éxito la mayoría de las veces, puertas al extensísimo campo de las palabras.

Un repaso de las acepciones que del sustantivo gastronomía ofrece el Diccionario de la lengua española puede ayudarnos a comprender el alcance del léxico culinario: la gastronomía no es solo el ´conjunto de los platos y usos culinarios propios de un determinado lugar´, sino, además, el ´arte de preparar una buena comida´ y la ´afición al buen comer´.

Las palabras candidatas a ser incluidas en nuestro diccionario están lejos de limitarse a un repertorio de nombres de platos o preparaciones. Entrarán también las voces que nombran el contenido de las despensas, los ingredientes de esas recetas.

En una cocina dominicana, no se trata solo de documentar, por ejemplo, un sancocho, un locrio, un asopao, un concón o un chenchén. Se trata de registrar yuca, yautía, cilantro ancho, agrio de naranja, ají gustoso, guandul, salami, picapica, enemocá, pico y pala o cocote.

Si nos detenemos en la acepción ´arte de preparar una buena comida´, llega a nuestra obra el universo de las palabras que designan las técnicas y procesos de preparación y consumo de los alimentos, y además el de los útiles que se emplean para elaborarlos, el de los lugares donde se compran, se preparan o se consumen, y el de la forma, el momento o el contexto en el que se comen.

De vuelta en la cocina dominicana, se trata de echar mano, pongamos por caso, a la paila, al caldero, al fogón, al guayo, al burén, al pilón; se trata de guayar, sancochar, pilar, sudar; se trata de acercarse a una picalonga, a un chimi o a una fonda.

Multipliquen cada una de estas, y todas las que las rodean, por cada uno de los países donde se habla español como lengua materna, con sus tradiciones y peculiaridades. Y mucho ojo, ninguna de estas palabras les pertenece.

Las palabras son de los hablantes, y lo seguirán siendo independientemente de que estén o no en un diccionario o de cómo las hayamos definido los lexicógrafos.

Lo culinario, estrechamente vinculado con la vida cotidiana, se amplía a un ámbito social e identitario, en el que nos reconocemos y con el que nos identificamos.

No se trata solo de incluir palabras en un diccionario y de definirlas. Los hablantes se sienten reconocidos a través de sus palabras porque estas llevan una preciosa carga, social, cultural e intensamente afectiva.

Ustedes, por hoy, y nosotros, los que nos dedicamos a esto, no podemos fallarles.

TEMAS -

María José Rincón González, filóloga y lexicógrafa. Apasionada de las palabras, también desde la letra Zeta de la Academia Dominicana de la Lengua.