Dos tragedias que nos devuelven a la misma verdad
Entre sueños rotos y promesas crueles: la pobreza como condena
Hay verdades que golpean. Dos tragedias recientes, tan distintas en su forma, pero íntimamente ligadas por la pobreza, nos recuerdan lo lejos que estamos de erradicar esa desesperanza que se hereda de generación en generación.
La primera es la de Gustavo Talmaré, un adolescente que soñaba con ser pelotero de Grandes Ligas. Vivía en un complejo deportivo con la ilusión de que su talento le asegurara un bono de firma que sacara a su familia de la pobreza.
Su muerte, tras un inocente maroteo adolescente que terminó en ahogamiento, truncó un proyecto de vida que no era solo suyo, sino de toda su familia.
La segunda es la de la niña de siete años en Los Guandules, entregada por su madre a una tutora que le prometió una mejor vida. Lo que encontró fue maltrato, tortura y muerte. Buscando mejoría en uno de los barrios más pobres de la capital dominicana.
Ambas historias parecen opuestas: una marcada por el azar de la adolescencia, otra por la maldad del ser humano. Pero en el fondo responden al mismo motor: la pobreza que empuja a las familias a depositar sus esperanzas en manos ajenas, ya sea en una academia de béisbol o en una supuesta tutora.
El Gobierno exhibe cifras alentadoras: más de 2 millones de dominicanos habrían salido de la pobreza monetaria en los últimos cinco años a ritmo de programas sociales con el Supérate alcanzando a 1.5 millones de hogares y subsidios como el BonoGas y el BonoLuz llegando a cientos de miles más. La pobreza oficial bajó a un 18.9 % en 2024, el nivel más bajo de la historia del país, dice el Gobierno. Pero...