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Los altos y bajos fondos de Babaíla

De los bateyes al mar, la vida y muerte del titán de los muelles de Macorís

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Los altos y bajos fondos de Babaíla (FUENTE EXTERNA)

El cuchillo penetró en ángulo desde atrás el pulmón derecho. Al calor de la refriega siguió sacudiendo las caras y pechos de la montonera con igual enérgica furia, hasta que el diestro brazo fue perdiendo velocidad y no pudo levantarlo más. 

La cuchillada a mansalva culminó 70 años de una vida henchida de aventuras marinas, pendencias, camorra, tórridos y fugaces romances, desmanes graciosos  o funestos  y notables logros en favor de la clase, gremios portuarios y batey de  Bartolo Turbí, conocido mejor como Babaíla.

Hijo de una cocola, Tina, emancipada de su hogar con menos de quince y  Sergio ´Cañita´ Turbí, un recio picador a quien nadie ganaba en el corte y apilamiento de las dulces varas. Se fugaron y a menos de un año nació, no sin presentar por su anormal tamaño, gran labor de Tina, quien sucumbió al parir, a un robusto varón, negro como azabache. 

Su niñez, en el batey Cácara Jícara en casa de sus abuelos paternos, fue breve. Ya a los once, por la precariedad del tiempo muerto de los ingenios azucareros, que sume a todos los bateyes en catatónico, triste estado de animación suspendida, sin ningún otro bien que permitir vivir en  las vetustas casitas de tablas empilotadas, tuvo que dejar los pocos sueños de niñez y limpiar tanques de petróleo, para su reuso,  recoger las rabizas de vegetales y desperdicios cortos de caña  de lejanos parajes y llevarlos a los padres de su padre  para que formaran parte de la rala dieta

Las visitas de papá Cañita, ahora trabajando en otros ingenios azucareros se fueron espaciando y, oyendo el ´Turbito´ Babaíla que había mucho trabajo y dinero en el puerto de San Pedro, a los doce allá se presentó. Ante el buen talante de estatura y las primeras señales de musculatura, pronto fue empleado, primero como acomodador y antes del año como estibador  de sacos y cajas que entraban y salían de los costados de los barcos que en sus muelles atracaban.

La niñez entonces abandonó abruptamente a Bartolo -Babaíla- Turbí, con los convites a juego de dados, apuestas de sacos cargados, riñas menores y con Caridad, una veterana cibaeña de tez tan blanca como leche, que una noche, ya a los catorce, le arrancó su virginidad, de manera poco piadosa y con tarifa aún menos caritativa. 

Babaíla visitaba  cada dos o tres meses a sus abuelos, sorprendiéndolos y dejándoles hasta tres pesos, pero tal vez siguiendo el ejemplo de Papá Cañita, menos y menos les frecuentaba, hasta que ya a los dieciséis, cuando le tocó sacar cédula, no apareció más. Pronto se convirtió en el campeón indiscutible en las competencias de sacos estibados, llegando los arrimeros a apostar hasta cinco por uno a su favor. Pero el ambiente saturnal, bohemio de la vida nocturna era poderoso imán: los bares y tugurios del puerto y las polvorientas estrechas callejuelas de La Arena, la zona rosa que en aquella época de gran prosperidad de muelle  albergaba casi un centenar de casas de lenocinio y bares, se convirtieron en su habitáculo favorito.

Mas el inquieto macorisano veía el infinito solar marino con inquietud e ilusión. Se preguntaba qué había detrás de esa lejana línea que dividía el agua del cielo, y su siempre vivo y revuelto espíritu de aventura y osadía tuvo su pase de abordo cuando se presentó ante el Maestranza, de "La Linda", un buque cubano de mediano tonelaje cuya descarga aquél supervisaba sentado en una tosca mesa al costado. 

-Quiero alistarme en su barco. El  cubiche "Anclitas"  miró, de plantas a coronilla a un joven hombre de seis pies y no calculó cuántas  pulgadas más, con pecho, brazos y piernas de acorazado, mirada de chiquillo, con ojos almendrados, más negros que su piel y una muy ligera comisura  a lados ambos de labios que daba la impresión de estar siempre sonriendo   

-¿Y tú sabes de trabajo en barco?     

-Como cualquiera de los que están en este, respondió con algún tono de desafío.  

-Mmmj, ¿No te mareas? Este trabajo es muy duro, son muchos días sin tiempo libre ni tocar tierra. 

No le respondió: Agarró, solo con su derecha la punta de una de las patas de la mesa mientras, asustado, recogiendo de prisa el manifiesto que encima de ella chequeaba, el Maestranza observó asombrado y en silencio cómo levantaba en vilo el vetusto mueble.

-El trabajo es tuyo. Dos cosas: Aquí el capitán es Dios, y la otra, es que a la primera pelea o problema que tengas con cualquiera de la tripulación te bajamos del barco dondequiera que nos encontremos, así sea en la China.  ¿Estamos de acuerdo? 

Tres cursos de escuelita de batey fueron arropados y desbordados por las docenas de puertos y ciudades costeras, donde  el ahora marino mercante Turbí, vivió, sufrió y disfrutó en casi una treintena de años, curtiéndose en el duro oficio de limpiar, hacer turno de vigía, re estibar cargas desacomodadas por subidos oleajes y vaivenes del buque. Hábil nadador de río y de mar, en más de una ocasión le tocó el difícil y odioso trabajo de tirarse al agua para, bajo el buque desatascar la tapa y válvula común de salida de los excrementos. 

-Ni el extra que me dan me lava la mierda a presión que se me echa encima cuando destapo la boca de la válvula, decía en alta voz. Pero el furor lascivo de tal humanidad, que ahora era una masa de músculos de 270 libras, una máquina viviente de trabajo, placer y demolición, continuó imparable, ahora con más ímpetu y deseo de conocer lugares, novedades hedónicas y mujeres diferentes. Sus ojos de niño de batey se desorbitaron, cuando su barco tocó puerto en la boca del río Amazonas por vez primera: No podía creer que hubiera un río tan ancho y vasto como el mar, al no ver la otra orilla. Se enredó con mulatas escultóricas, de senos y nalgas preñadas y conducta desinhibida; participó en carnavales callejeros de samba y aunque no dominaba el distintivo baile carioca, se lucía al mezclar los movimientos de pie con los pasos de baile Guloya aprendidos en su juventud  Se solazó entre damas de burdeles uruguayos y pisitos argentinos, sintiéndose arrullado, después de las maniobras del amor, por esas vocecitas, con un acento tan lindamente cargado de entonaciones e inflexiones cariñosas, que preferían usar los diminutivos al nombrar la mayoría de los objetos y asuntos, incluyendo "el dinerillo". 

Fue esquilmado en más de una ocasión por ´damas de compañía´ que mientras dormía le  aligeraban la cartera y bolsillos en Maracaibo y Nicaragua; perdió la orientación por días tras aturdirse en un fumadero de opio en Guayaquil y se ofendió con una damisela que, consumado el irreverente pero nunca renunciable acto que da origen a la humanidad le preguntó: ¿Acabaste?  confundiendo la consuetudinaria, cortés pregunta usada en Ecuador con un reclamo o señal de impaciencia y una vez en Baja California, escapó por milagro de una aventura de encerrona de sexo en grupo, de la que había oído hablar, que resultó en un asalto a todos los visitantes presentes.

Pero los años de duro trabajo, largos viajes, trasnoches y excesos finalmente hicieron efecto más que en el cuerpo, en el corazón y ánimo del marinero, No había llegado a los cincuenta cuando, con algunos dólares ahorrados y un morral como equipaje, volvió en busca de las caras perdidas, abandonadas por años. 

Su intimidante figura se jorobó, cuando vio rostros extraños en la casita empilotada de sus abuelos. Allí supo que ambos habían fallecido  no mucho después de haber zarpado en "La Linda". No supo encontrar señas ni paradero de Papá Cañita y un viejo conocido le dijo creer que había ido a vivir a alguna de las islas del Caribe inglés. Babaíla se reencontró, esta vez sin familia,  solo. Hueso duro de roer, pronto buscó acomodo en pensión del barrio Miramar, no lejos de Playa de Muertos y se reinsertó en los quehaceres portuarios, ya más veterano y con trucos aprendidos entre los miles de mercantes y muelleros que conoció.

Lideró y moderó los grupos de portuarios pendencieros y marinos camorreros, conocidos como los "Cara Pálida", cuyos desmanes y trifulcas eran proverbiales. 

Con aplomo y carácter organizó el sindicato de arrimeros de San Pedro y ayudó a mejorar la vida de los estibadores y también la de los cacarajiqueros.

La pena de los desaprovechados, perdidos para siempre, amores de los abuelos, avivó la nostalgia e inclinación bohemia y noctámbula de Babaíla, revisitando los viejos lupanares del puerto y La Arena.  

La bulliciosa, efervescente actividad portuaria del Macorís del mar, en  que filas de buques mercantes fondeaban, haciendo turnos de 72 y 96 horas para atracar, fue paulatinamente mermando con la reactivación y modernización de otros puertos del país.  Las longanizas con que los sultaneros del este decían se amarraban los perros,  escasearon. El declive del puerto trajo estragos a la economía de una parte de Macorís, pero más agudamente a los estibadores y trabajadores portuarios. Las discusiones y conflictos se multiplicaron, tratando  Babaíla de repartir en la forma más equitativa los turnos de trabajo. 

En un enfrentamiento que dos grupos de sindicalistas tuvieron en el cafetín ´Manuel´, en el área  del puerto, acudió a dirimir el pleito y calmar los ánimos. Tal vez las siete décadas no le permitieron calcular o percibir su erosionada autoridad ante la desesperada precariedad del gremio y de su ya no tan descomunal vigor y  tras recibir el furioso ataque de tres descontentos muelleros, un cuarto buscó su retaguardia y causó la fatídica herida; conducido  como pudieron al Hospital del Dr. George y pese a los esfuerzos del excepcional galeno de origen alemán, antes de dos horas falleció.

La noticia se extendió como fuego de gasolina. Todo Macorís y hasta los de los muelles de Santo Domingo, Haina y La Romana conocían o habían oído de Babaíla.  Algunos sindicalistas celebraron, pero la abrumadora mayoría lloró  con sentimiento la pérdida del que tenía varios sobrenombres: El Titán de Mujeres, el Turbio Turbí, el Rompemuelas. Babaíla ya no estaría para resolver los problemas y conflictos entre los sindicalistas portuarios de San Pedro.  Ese día de marzo de 1964, los dueños y mujeres de La Arena, no atendieron clientes y cerraron sus negocios. Los estibadores del sindicato dejaron los barcos esperando al día siguiente para acompañar el cuerpo de Bartolo -Babaíla- Turbí. Por su parte,  los "Cara Pálida" iniciaron un festival funerario de tres días, .recorriendo con el ataúd las calles de San Pedro de Macorís. 

Los más viejos sindicalistas que hoy aún sobreviven, como Pedro Salas -Juleo- todavía sonríen, con mirada perdida, al recordar tanta energía, humor, talento arrojo y vigor de este inolvidable viajero de mares, dirigente y transeúnte de los bajos fondos portuarios, que logró -a su manera-  tocar otras mejores alturas para el bienestar de sus compañeros.  


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