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La poesía en los tiempos de Bad Bunny

La muerte de la poesía culta y el triunfo de la lírica urbana

"La poesía ha muerto" no solo es el título de la obra de Leonardo Borges; es también la admisión de no pocos cultores y gente de letras. En esa creencia yacen razones válidas, pero también prejuicios de marca elitista. 

A decir verdad, la poesía no solo respira, vive un momento cimero. Solo que hoy es una expresión redefinida por otros códigos, nacidos de puras esencias populares, aunque resulten indescifrables para aquellos que no reconocen su vigorosa fuerza social. 

Según algunos críticos, existe en su contra un núcleo de resistencia clasista por tratarse de un relato estético-emocional del barrio, fuente "invisibilizada" por la élite. Según ellos, para esos centros de poder arte es lo que dicten sus gustos, permeados por el esnobismo foráneo. 

Pese a eso, nunca la pretendida "nueva poesía", la del barrio, ha despertado tanta afición en la base social, tanto que hoy estremece arenas, abarrota estadios y explota las plataformas musicales detrás de sus cantores. La gente (de todos los estratos), a pesar de las quejas sobre el costo de la vida, paga hasta 500 dólares para ovacionarlos eufóricamente, devoción que no tuvieron, en sus mejores momentos, T. S. Eliot, Emily Dickinson, Pablo Neruda, Antonio Machado o E. E. Cummings.

De esta manera, el relato poético urbano, como encarnación callejera de la palabra, trasluce su ofuscación unitemática: la carnalidad. En su antología se lee este fragmento de una de sus notables exponentes: No tengo huevo y como quiera te la singo/Por el toto, te la devuelvo a las cinco/Tu cuero dice que tú singas como un gringo/Por eso es que me llama, porque yo sí que la abimbo/Tú ere el backeo, soy la que la vaceo/Tú le mama el culo, yo le meto lo deo (Te la singo, Tokisha). ¡Inefable!

Para Walt Whitman, padre del verso libre en la poesía estadounidense, "el poeta debe hacer que las palabras transmitan fuerza: canten, dancen, sangren, naveguen, ejecuten lo masculino y lo femenino, besen y hagan todo lo que la mujer, el hombre o los poderes naturales pueden hacer".

No dudo de que, de haber sido ser contemporáneo de Bad Bunny, el poeta neoyorquino no dudaría en admitir que el cantautor portorriqueño honra de forma pletórica tal cometido, quizás con solo leer este verso: La noche se puso kinki/tres dedos en el toto, en el culo el pinky/las moñas violetas como Tinky Winky/una nalga y la dejo como Po/le doy por donde hace pipí, por donde hace popó (Bad Bunny, Baticano). ¡Un servido exquisito de imágenes "penetrantes"!

Sin embargo, en ese inmenso mapa social (que los políticos llaman pueblo) la poesía de Milagros Hernández, por citar un meritorio ejemplo, se conoce menos que su nombre. En la escuela nadie tararea su canto poético como sí lo hacen con este estribillo épico: la mamá, de la mamá, de la mamá, de la mamá, de la mamá (El Alpha, refiriéndose no a la madre, sino a la mamada o felación).

Y es que tal vez la creación poética de Hernández sea muy pedestre para los tiempos que vivimos, como la que recoge este fragmento: En tus sienes ensayan las aves cantoras todo el día/En tus sienes se asientan enjambres errantes/En tus sienes los árboles consumen sol/En tus sienes se reparan sílabas caídas/En tu frente se desarman ejércitos/En tu pelo los extraños se abastecen de especias/En tus ojos se doblan los viñedos/... (En el temblor de tu vientre, Ángela Hernández).

Mientras esa obra se diluye en la invisibilidad más desalmada, el poeta Bad Bunny pregona a todo pulmón: El dinero me llueve/Las putas a mí me llueven (me llueven) /Los envidiosos a mí me llueven/Hablan mierda y las balas a ti llueven (te llueven)... (Me llueven, Bad Bunny y el Poeta Callejero).

Octavio Paz diferenciaba el erotismo de la poesía: del primero decía que era una metáfora de la sexualidad; de la segunda afirmaba que era una erotización del lenguaje. Por eso el Alpha, en un arranque furibundo de devoción genital, escribe esto: Bésalo, chúpalo, muérdelo, agárralo, trágalo/Con la champaña to bájalo, hágalo/No le pare bola a eso, vamo a gastar par de peso/Yo quedo loco si tú mueve eso/Tiene la chapa ma dura que un yeso/Quédate aquí, que yo curo eso. (El Alpha, Bésalo).

En la letra urbana lo sexual no solo es dominante, es frenéticamente obsesivo; y no se trata de un sexo idealizado, sino extraído de su concupiscencia más cruda como complacencia instintiva a un deseo animal. El sexo es psicosis voraz, rabiosa y bestial: Perrea como gata en celos.../¡Hasta que te lo hunda! / Frontea que yo te fronteo.../¡Hasta que te lo hunda!/Si frenas te jalo por pelo, mai.../¡Hasta que te lo hunda!/(Hasta que te lo hunda, ma)/No es chiste, yo te hablo en serio... (Gocho y Jowell, Hasta que te lo hunda).

En ese abordaje básico de la lubricidad, el trasero femenino (la "chapa") es adoración anatómica; el pene, un fetiche de idolatría carnal. El sexo desalmado, hondo y masoquista no solo es un reclamo visceral del macho, también de la "hembra en calor" cuando demanda, con un "machismo prestado", una copulación punzante, viscosa y penetrante. Esa alucinación por lo animal, lo duro y lo sucio ha proscrito todo deseo por lo afectivo/sentimental que queda relegado a un plano marginal.

Estas letras estimulan el sexo adicto, irresponsable e inmaduro en una adolescencia disfuncionalmente estructurada y sometida a condiciones críticas de pobreza y baja educación. Se recuerda que en el 2024 en la República Dominicana se registraron 17,846 embarazos en adolescentes, lo que representa el 19 % del total de la población atendida; de estos casos, 95.4 % correspondió a adolescentes de 15 a 19 años, mientras que el 4.6 % fueron de menores de 15 años. Un 20,4% de las chicas entre 15 y 19 años son madres, y más de la mitad abandonan sus estudios.

La saturación de estos contenidos encuentra psiquis deleznables con poca capacidad para decodificarlos en contextos apropiados. La promiscuidad se convierte así en una conducta estándar de las nuevas generaciones que asume el sexo como escapismo rutinario. Es en ese escenario donde las jóvenes adolescentes desvían sus carriles de realización por otros que reportan retribuciones más rápidas, leves y frívolas, como la prostitución disimulada bajo nuevos códigos culturales de prestación.

Lo dramático del cuadro es que el culto al sexo que postula la poesía urbana se profesa en un hábitat de marcas de lujo, derroche, orgías y buena vida, realidad negada a la mayoría de sus fanáticos. La ostentación frente a la carencia genera entonces vacíos y rebeldías represados que suelen detonar en violencia, adicción y delincuencia. Es entonces cuando el pretendido relato poético se encarna en el drama social o este se revela en aquel. Una simbiosis de expresión macabra.

TEMAS -

Abogado, ensayista, académico, editor.