El dilema de la República Dominicana
El país debe transformar su acceso privilegiado en resultados exportadores reales
La República Dominicana afronta el dilema de determinar qué camino seguir en materia de comercio, integración y migraciones, dado, por un lado, la necesidad de mostrar mayor presencia activa en el comercio y en el escenario internacional en defensa de los intereses nacionales y, por otro, de asegurar y fortalecer la identidad nacional.
En materia de comercio la firma de convenios (se han firmado muchos) abre posibilidades, pero si se toma como rutina en la que se privilegia el acto formal en vez del contenido y su desarrollo, no necesariamente aumenta el intercambio, pues dependerá de la aplicación de políticas y actuaciones concretas que apoyen la ejecución de los convenios suscritos.
La República Dominicana posee amplio acceso a los dos mercados mundiales de mayor tamaño económico, los Estados Unidos y la Unión Europea. Y, sin embargo, a pesar de esa posición privilegiada no ha logrado dar un salto cualitativo y cuantitativo en el desempeño exportador. Esto apunta a la existencia de debilidades en la organización institucional y en la política económica.
El país no debe conformarse con el acceso preferencial a esos dos grandes bloques sino aprovecharlos a plenitud, conquistarlos en los hechos, nicho por nicho, zona por zona. Y hacer lo mismo con el mercado mundial.
De igual manera, el intercambio no puede consistir en el cambalache de bienes exportados por la República Dominicana a Haití, como pretenden grupos interesados en beneficiarse de esa dinámica, bien sea por vía del comercio regular o del irregular, compensado por oleadas de inmigrantes indocumentados que ingresan al mercado laboral.
El país no debe resignarse, como algunos sugieren, a seguir recibiendo inmigración indocumentada para satisfacer los apetitos de un aparato productivo corto de competitividad, a la luz de las condiciones establecidas por las políticas económicas.
Y tampoco le luce ponderar con alegría el aumento de las remesas entrantes que ya superan los US$10,000 millones al año, a sabiendas de que son la consecuencia del desarraigo del dominicano de su tierra y del lento diluir de la identidad nacional.
Decirlo es fácil, lograrlo complicado y cuesta arriba. Todo se remite a preparar las condiciones para que el aparato productivo sea competitivo, sin la muleta oculta y dañina del incumplimiento tolerado _y en ocasiones auspiciado_, de las normas básicas sobre inmigración y del mercado laboral.
Y, sobre todo, a poseer los recursos humanos capacitados, la logística inteligente, la organización institucional eficiente, las políticas económica adecuadas, la vocación y el liderazgo para llevar a cabo la transformación.
La principal barrera estriba en la orientación de las políticas económicas. Y la mayor limitación, que pesa como una gran losa de acero, es el precario nivel educativo de la población, con lo cual cualquier estrategia deberá crear consciencia de que tendrá que asumir esa realidad e ir modificándola en el menor tiempo posible.
A lo anterior se agrega la crisis económica y humana que golpea al vecino Haití, cuyos efectos inciden sobre nuestra nación.
Obsérvese que comercio, producción, migración, están relacionados entre sí. Y, a su vez, son influenciados por el signo de las políticas económicas (fiscal, monetaria, crediticia, comercial...), así como por el grado de disposición y compromiso de las autoridades en hacer cumplir las regulaciones, en particular del mercado laboral y migratorias.
En nuestro caso, tanto las políticas económicas como la inobservancia en la aplicación de las leyes han propiciado la configuración de un sector exportador débil, en contraste con un segmento importador fuerte y próspero. Al mismo tiempo, han actuado como propulsoras de la salida de dominicanos al exterior y de la entrada de indocumentados al país.
De ahí que pueda concluirse, en primer lugar, que el marco de políticas del Estado dominicano_ deliberadamente o no, conscientemente o no_, ha tendido y tiende a perpetuar el déficit de comercio por vía del estímulo a las importaciones y del insuficiente respaldo a las exportaciones.
En segundo lugar, que ese mismo marco de políticas, junto a las no tan explícitas pero sí consentidas de hacerse de la vista gorda en el cumplimiento de las normas migratorias y del mercado del trabajo, es responsable de la huida de dominicanos al exterior, de la llegada masiva de remesas caídas del cielo a modo de maná, y del ingreso masivo de haitianos indocumentados para sustentar la competitividad y rentabilidad de sectores económicos.
Es hora de que se ponga la atención sobre las causas de los problemas y no tanto sobre sus manifestaciones.

Eduardo García Michel