Trump en el Medio Oriente
Donald Trump abre la puerta a la posibilidad de una solución de dos Estados en Medio Oriente
El presidente Donald Trump acaba de obtener un triunfo diplomático de esos sobre los cuales se habla durante años o décadas. Se trata, como se sabe, del acuerdo entre el gobierno de Israel y la organización político-militar Hamás para poner fin a la guerra en la Franja de Gaza, el cual podría ser el punto de partida para una paz duradera y una reconfiguración de las relaciones entre Israel, Palestina y el resto de los países árabes del Medio Oriente. Desde luego, es muy arriesgado hacer pronósticos sobre cómo evolucionarán las cosas por tratarse de una región tan compleja y volátil, con una conflictividad tan arraigada y multifacética, especialmente entre Israel y Palestina.
No obstante, el acuerdo de paz que logró el presidente Trump no puede subestimarse ni menospreciarse, a pesar de que, para muchos, éste haya llegado demasiado tarde, luego que, durante dos años, Israel actuara a sus anchas en Gaza dejando una estela de 65,000 muertos y otros 185,000 heridos, lesionados o mutilados, hambruna en una parte importante de la población gazatí y una destrucción física espantosa. A pesar de esto, lo importante es que este acuerdo puso fin a una guerra que parecía no tener fin.
Tanto la guerra como la paz fueron desencadenadas por sobreactuaciones de cada parte, primero de Hamás y luego de Israel. En cuanto a Hamás, el 7 de octubre de 2023 incursionó en territorio israelí, asesinó a 1,200 personas y secuestró a alrededor de 250, además de hacer un despliegue grotesco y afrentoso de burla, maltrato y humillación a personas civiles, indefensas y desprotegidas, lo que dio lugar a un repudio generalizado alrededor del mundo contra ese acto de barbarie. Desde luego, esa acción puso de manifiesto una debilidad en el sistema de seguridad de Israel y una falla en la capacidad de respuesta de sus fuerzas militares, pero esto no puede servir de excusa para validar, en lo más mínimo, lo que Hamás hizo en aquella fatídica fecha.
El propósito de Hamás era descarrilar un posible acuerdo entre Arabia Saudita e Israel que auspiciaba el presidente Joe Biden como continuación de los Acuerdos de Abraham que propició el presidente Trump en su primer mandato, los cuales consistieron en pactos firmados en 2020 entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Sudán y Marruecos. El acuerdo Arabia Saudita-Israel contemplaba, también, un cambio de política de Israel hacia Cisjordania, lo que le daría un cierto protagonismo a la Autoridad Nacional Palestina, a la cual Hamás considera enemiga. Hamás logró su propósito, pero al enorme precio de muerte, violencia, hambre, desarraigo y destrucción física en contra de su propio pueblo.
Por su parte, el gobierno de Israel respondió con una fuerza abrumadora, como hubiese hecho cualquier Estado en una situación similar en un ejercicio legítimo de defensa propia y retaliación contra los responsables de quienes atacaron a tantas personas civiles de todas las edades en territorio israelí. Más aún, además de proponerse decimar a Hamás, Israel, con el apoyo del gobierno de Biden, asestó duros golpes a Hezbolá, una organización aliada de Hamás en el Líbano, a lo que se agregó, en diciembre de 2024, el colapso del gobierno de Bashar al-Assad en Siria, un aliado de Irán y de las organizaciones terroristas que el régimen iraní apoyaba en el entorno regional. Más tarde, con el presidente Trump de vuelta en la Casa Blanca, Israel atacó las instalaciones nucleares en Irán, a lo cual se sumó Estados Unidos, algo a lo que Trump se había opuesto rotundamente durante su primer mandato a pesar de la presión que recibía de parte de algunas figuras neoconservadoras que trabajaban en su gobierno.
Israel demostró una vez más su superioridad militar en la región, siempre con el apoyo de Estados Unidos. Ahora bien, en lugar de mantenerse enfocado en un trabajo persistente y combinado de inteligencia y acción militar para destruir a Hamás, su operación en Gaza convirtió a todo lugar, ya sea vivienda, centro comercial, hospital o cualquier otro, en blanco de ataques bajo la premisa, absurda desde el punto de vista militar, de que cada espacio era un centro de operación de Hamás. De ahí la cantidad de muertos, heridos y mutilados, así como la destrucción física manifiesta a los ojos de todo el mundo. Este tipo de acción militar tal vez pudo haber tenido cierta justificación si, al final, las fuerzas militares israelíes hubiesen encontrado a todos los rehenes, pero Hamás mantuvo secuestrados a un buen número de ellos, para cuya liberación exigió a Israel, en el marco del acuerdo de paz, la puesta en libertad de alrededor de dos mil palestinos.
Israel pudo seguir un tiempo más en su acción expansiva en Gaza, aun al precio de la condena internacional, pero, como suele suceder, llegó un punto en el que sobreactuó pensando que tenía todas las cartas y que sus enemigos en la región estaban muy debilitados para hacerle cambiar de curso de acción, además de tener el mejor aliado en la Casa Blanca. De buenas a primeras, llevó a cabo ataques militares en Qatar sin tomar en cuenta que el presidente Trump había estrechado relaciones con la monarquía de ese país, lo cual incluyó el obsequio a él de un avión de 400 millones de dólares, facilidades de inversión para la familia Trump en ese país y la promesa de compras militares a Estados Unidos. Peor aún, esos ataques, según ha revelado la prensa, se llevaron a cabo sin informar previamente a la Casa Blanca.
Ante estas circunstancias, el presidente Trump, con la ayuda de los gobiernos de Qatar y Egipto, decidió actuar con audacia: primero, exigirle al primer ministro Benjamín Netanyahu que se comprometiera a firmar un acuerdo de paz (nadie que no fuera Trump podía lograr algo así por el apoyo que este le ha dado a Israel); segundo, abrirse a una interlocución con Hamás, lo cual era impensable apenas algunas semanas atrás; y tercero, solicitar la cooperación de los gobiernos árabes sunitas para hacer posible este acuerdo.
Sin duda, Hamás, con sus fuerzas diezmadas y sus amigos en la región prácticamente destruidos, negocia en medio de su capitulación, pero al menos logra ser reconocido como un actor relevante en el proceso de negociación. Por su parte, Israel sale victorioso, pero tuvo que renunciar a su pretensión de ocupar Gaza por tiempo indefinido, entre otras medidas drásticas, lo que seguro no ha gustado a los sectores más conservadores de Israel. Más aún, el acuerdo implica la reconstrucción de Gaza y el establecimiento de una autoridad internacional que, si bien excluirá a Hamás del poder, también serviría de límite a cualquier acción futura de Israel en Gaza.
Del lenguaje del acuerdo puede interpretarse también que el presidente Trump estaría abierto a considerar la llamada "solución de dos Estados", aunque es muy temprano para saber si el proceso tomará un rumbo en esa dirección. Siendo así, muy bien podría decirse, parodiando aquella frase de que "sólo Nixon podía ir a China", que "sólo Trump podía ir adonde Netanyahu" y hacer que su gobierno aceptara un alto al fuego y se abriera a la posibilidad de un acuerdo de largo plazo. De lograrse esto último, lo cual está por verse, sería un logro excepcional en la compleja y violenta historia de la relación entre Israel y Palestina. b