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El consenso: una herramienta de poder

La lección dominicana en el Consejo de Seguridad

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El consenso: una herramienta de poder
El consenso dominicano: una victoria silenciosa en la ONU. (FUENTE EXTERNA)

En un país —y en un mundo— habituado a la división partidaria, el hecho de que Luis Abinader, Leonel Fernández, Danilo Medina e Hipólito Mejía estamparan juntos sus nombres envió un mensaje inédito de fuerza política y madurez. No se trató de un gesto menor: cuatro líderes que representan proyectos enfrentados eligieron unirse para dar legitimidad a la voz dominicana frente al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en torno a la crisis haitiana.

La carta fue la expresión visible de un proceso más profundo. Antes de ella, los expresidentes se reunieron en varias ocasiones y, fruto de esos encuentros, se abrió un espacio de concertación en el Consejo Económico y Social (CES). Desde allí se dio seguimiento y se canalizó ese consenso nacional, puesto al servicio del desafío más urgente: la crisis haitiana, que amenaza la estabilidad de la región. Esa práctica de diálogo político mostró que la República Dominicana puede superar divisiones históricas cuando se trata de defender su interés vital.

El consenso, en efecto, es una herramienta de poder. No surge del altruismo exclusivamente, sino de la negociación que logra satisfacer intereses distintos y, a la vez, producir un resultado común. El consenso es poder porque permite alinear los intereses de cada actor con los intereses colectivos. Así, el cálculo individual se transforma en una fuerza común capaz de multiplicar la influencia del país.

Este consenso fue, sobre todo, una expresión de inteligencia estratégica: cada uno de los cuatro encontró en él una manera de satisfacer intereses propios, al tiempo que contribuía a un interés superior del país:

Luis Abinader encuentra en este consenso la satisfacción de sus intereses de reforzar la legitimidad internacional de su gobierno, consolidar el respaldo político interno para su agenda y fortalecer su liderazgo frente a la crisis haitiana. Al mismo tiempo, proyecta la imagen de estadista y consolida su legado como constructor de unidad nacional.

Leonel Fernández, que aspira a volver a la presidencia, ve atendidos sus intereses de proyectar vigencia política, mantenerse dentro del principal tema internacional y reforzar a la Fuerza del Pueblo como actor responsable. Con ello reafirma su capacidad en asuntos internacionales y cultiva la reputación de hombre de Estado.

Danilo Medina, desde la oposición, satisface sus intereses de adquirir visibilidad política dentro y fuera del país, reposicionar al Partido de la Liberación Dominicana (PLD) como fuerza relevante y transmitir sentido de responsabilidad en un momento crítico al participar activamente en este consenso. Con ello preserva su lugar en la historia reciente.

Hipólito Mejía responde a sus intereses de consolidar el liderazgo dentro del Partido Revolucionario Moderno (PRM), ganar visibilidad en la coyuntura y mostrarse como patriarca político que respalda al presidente en causas nacionales. Al hacerlo, acrecienta su perfil de estadista, actuando por encima de banderías.

Los cuatro comparten un mismo resultado: esta acción conjunta los coloca en un lugar destacado de la historia reciente, como protagonistas de un consenso inédito en la política dominicana.

La estrategia se complementó con la gestión diplomática del presidente Abinader y de la Cancillería, que supieron articular contactos con las grandes potencias y construir consensos en el seno del Consejo de Seguridad. La resolución aprobada fue copatrocinada por Estados Unidos y Panamá, y respaldada por 12 votos, con tres abstenciones (China, Rusia y Pakistán). Además, prevé una Oficina de Apoyo de la ONU para facilitar el despliegue de la nueva fuerza.

No menos relevante es que las abstenciones de Rusia y China —potencias con capacidad de veto— no fueron un gesto automático, sino el resultado de gestiones discretas de la diplomacia dominicana. Moscú había enviado recientemente a su canciller a Santo Domingo y Pekín mantiene vínculos diplomáticos desde el establecimiento de relaciones bilaterales. Fue bajo el gobierno de Danilo Medina que la República Dominicana abrió relaciones diplomáticas con China. Aquella decisión, que en su momento generó controversias, hoy permitió disponer de un canal de interlocución que ayudó a evitar un posible veto de Pekín en el Consejo de Seguridad.

La política exterior rara vez paga dividendos de inmediato, pero bien gestionada acaba dando frutos. Esa combinación —unidad interna y diplomacia multilateral— convirtió a la voz dominicana en un factor influyente y fue reconocida incluso por bloques como CARICOM, un reconocimiento poco frecuente, pues ese organismo suele mantener una posición conjunta sobre Haití, a menudo distinta de la dominicana. Es la mejor demostración de que consensuar adentro es la condición indispensable para poder influir afuera.

Como bien escribió Aníbal de Castro en estas mismas páginas, "En diplomacia lo que brilla es, con frecuencia, lo que no se exhibe. El ruido suele engañar, el gesto altisonante entretiene, pero las victorias se fraguan en los silencios." Esa frase captura con precisión lo ocurrido: sin discursos triunfales ni gestos altisonantes, la República Dominicana logró incidir en una de las decisiones más delicadas de la ONU en torno a Haití.

La República Dominicana no ocupa hoy un asiento en el Consejo de Seguridad —como lo hizo en 2019-2020—, pero su voz encontró eco gracias a la convergencia política interna y a la diplomacia activa. Este logro es, al mismo tiempo, un recordatorio: cuando el país logra unidad nacional, su influencia se multiplica en escenarios donde normalmente sería un actor menor.

La carta firmada por Abinader, Fernández, Medina y Mejía no fue el inicio de la estrategia, pero sí un gesto decisivo dentro de una trayectoria diplomática más amplia. En su alocución tras la aprobación de la resolución en el Consejo de Seguridad, el presidente Abinader reconoció públicamente la carta como parte esencial del esfuerzo diplomático dominicano y como prueba de la madurez política alcanzada frente a la crisis haitiana.

El verdadero desafío es que esta práctica de consenso no quede como una excepción, producto de una coyuntura extrema. El país necesita aprender de este ejemplo y convertirlo en hábito político. Si fuimos capaces de unirnos para Haití, también podemos —y debemos— hacerlo para otros temas nacionales de gran sensibilidad. La historia ya mostró que el consenso multiplica la influencia; ahora toca multiplicar el consenso.

El consenso, en efecto, es una herramienta de poder. No surge del altruismo exclusivamente, sino de la negociación que logra satisfacer intereses distintos y, a la vez, producir un resultado común. El consenso es poder porque permite alinear los intereses de cada actor con los intereses colectivos. Así, el cálculo individual se transforma en una fuerza común capaz de multiplicar la influencia del país.

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Nelson Espinal Báez Associate MIT - Harvard Public Disputes Program at Harvard Law School. Presidente Cambridge International Consulting.