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Hechos aislados no definen un patrón

La corrupción se combate con instituciones fuertes, no con linchamientos

En todos los gobiernos dominicanos contemporáneos ha habido delincuentes y narcotraficantes. Ninguno ha estado exento de sombras, de vínculos ocasionales con figuras del poder o de episodios que despiertan sospechas. Pero esos casos, aunque escandalosos, no bastan para trazar una línea continua de complicidad entre el Estado y el crimen organizado. Sería injusto y peligroso confundir la excepción con la regla.

A diferencia de otros países de la región, el efecto corruptor del narcotráfico sobre la institucionalidad dominicana ha sido limitado. La penetración existe, pero no ha desbordado los diques de contención del sistema democrático ni sometido las estructuras del Estado. Cada intento de infiltración encuentra todavía resistencia en la prensa libre, en la justicia y en una ciudadanía vigilante.

Conviene recordar, además, que toda solicitud de extradición a Estados Unidos está precedida por investigaciones locales, con la participación de los organismos dominicanos encargados de hacer cumplir la ley. Ninguna llega sin un expediente previamente trabajado en el país.

El narcotráfico no tiene ideología ni bandera. Se cuela donde hay fisuras y busca refugio en cualquier color político. Lo importante no es negar la realidad, sino impedir su normalización. La corrupción se combate con instituciones fuertes, no con linchamientos selectivos.

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