Cooperación sanitaria en la frontera
Los virus no conocen aduanas ni preguntan por pasaportes
Somos vecinos porque así lo decidió la geografía. Ni decretos ni discursos pueden borrar la verdad simple del mapa. República Dominicana y Haití comparten montaña, río, polvo y, sobre todo, destino sanitario. Lo que ocurre de un lado termina respirándose en el otro. Por eso conviene entender —sin alarmas ni romanticismos— que colaborar en salud es un acto de legítima defensa, no un gesto de buena voluntad.
Nos separan los prejuicios, las tensiones históricas y la violencia política que azota al otro lado de la línea. Pero los virus no conocen aduanas ni preguntan por pasaportes. La frontera, tan vigilada para personas y mercancías, es porosa ante bacterias y brotes. Más de lo que nos gustaría admitir.
El reciente encuentro de autoridades sanitarias en Dajabón confirma una premisa elemental: prevenir juntos es protegernos mejor. La cooperación epidemiológica no diluye soberanías; las fortalece. Un brote de cólera o de enfermedades respiratorias allá se convierte, en cuestión de horas, en un problema aquí. Ignorar esa realidad sería tan ingenuo como irresponsable.
Bienvenida, entonces, toda coordinación que sume vigilancia, información y rapidez de respuesta. Cuidar la salud en la frontera no es abrir la puerta a nadie. Es, precisamente, cuidar la casa. Prevenir al vecino, nos previene a nosotros.
