El Caribe en la línea del frente
La naturaleza ha dejado claro que no habrá indulgencia
El cambio climático no es una amenaza lejana. Ha mutado en una realidad que golpea con fuerza creciente a la región. Cada año los huracanes son más potentes, las lluvias más violentas y las sequías más prolongadas. Todo el Caribe vive en un equilibrio frágil entre la resistencia y la devastación.
A esa vulnerabilidad se suma una plaga silenciosa y persistente: el sargazo. Lo que antes fue un fenómeno natural ocasional se ha transformado en una maldición recurrente que ahoga playas, mata los corales y erosiona el turismo, principal sustento de muchas economías insulares. Su proliferación es también consecuencia del calentamiento de las aguas y del vertido de nutrientes desde los grandes ríos del continente.
Nuestro Caribe está pagando una deuda ambiental que no contrajo. Sin embargo, debe prepararse mejor para afrontarla. La prevención, la planificación urbana y la inversión en infraestructuras resilientes ya no son opciones sino una cuestión de supervivencia.
La naturaleza ha dejado claro que no habrá indulgencia. Huracanes como Melissa o Beryl son advertencias del futuro inmediato. Si no fortalecemos la gestión ambiental y la conciencia colectiva, el precio será alto. La respuesta está en nuestra capacidad de prever y adaptarnos antes de que el mar vuelva, con furia, a recordarnos nuestra fragilidad.
