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La diferencia entre la vida y la muerte

Debemos seguir mejorando cañadas

Expuestos a fenómenos atmosféricos cada vez más violentos y magnificados por el cambio climático, nuestra vulnerabilidad ha crecido en la misma medida que nuestra capacidad de olvido. Durante años miramos las cañadas como un problema urbano, una incomodidad visual o sanitaria. Hoy sabemos que son una amenaza existencial para miles de familias.

Las obras de saneamiento y rescate que se ejecutan no son simples infraestructuras, sino trincheras contra la muerte. La tormenta Melissa lo demostró con crudeza. Donde antes se contaban decenas de víctimas, hoy la cifra se reduce porque el agua, al menos en parte, ha encontrado su cauce y no los hogares de los más pobres.

No es el fin del riesgo, pero sí una victoria del trabajo público bien orientado. En tiempos de crisis climática, las tareas aparentemente menores se vuelven mayores. Limpiar una cañada, construir un drenaje o mover una familia fuera del cauce no da titulares grandiosos, pero salva vidas.

El país debe continuar y amplificar ese esfuerzo. No hay gloria en dejar a los pobres vivir al borde del agua. La verdadera política se mide, también, por los lugares donde el Estado impide que la muerte haga residencia. 

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