De pactos, acuerdos y convenios
Pactos que maquillan las desocupaciones en la historia dominicana
En el discurrir histórico de pueblos sometidos al coloniaje, sea por invasión, ocupación o anexión, parece ser una tendencia que los imperios, antes de abandonar el territorio sojuzgado, apelen al recurso de la negociación diplomática con el objeto de aparentar una solución armoniosa entre las partes en conflicto.
La decisión de abandonar un territorio ocupado por la fuerza puede obedecer a uno de dos factores: que la resistencia armada del pueblo intervenido sobrepase las expectativas del país más poderoso; o que la participación de otros actores en el tablero internacional transforme lo que Gramsci llamó el modelo hegemónico de dominación.
Es entonces cuando surgen pactos o convenios con categoría de tratados internacionales, de suerte tal que el país dominante no lucirá derrotado ante la mirada escrutadora de la posteridad, sino que moldeará la imagen del "buen vecino", que prefirió negociar la paz en lugar de continuar el conflicto armado.
Así sucedió en Santo Domingo, en 1865, tras el Pacto del Carmelo, instrumento político mediante el cual se acordó lo que no pudo lograrse plenamente en el terreno de la guerra: la salida definitiva de las tropas españolas del territorio nacional.
Una situación análoga ocurrió en 1922 con el Plan Hughes Peynado, que fue la modalidad diplomática aprobada en Washington para que los marines norteamericanos desocuparan la República Dominicana en 1924.
Parecida experiencia tendría lugar en agosto y septiembre de 1965, de conformidad con el Acta de Reconciliación Nacional y al Acto Institucional, auspiciados por la OEA. Tras la firma de esos instrumentos jurídicos llegó a su fin la Revolución de Abril; y al cabo de varios meses, los infantes de la marina estadounidense finalmente desocuparon la ciudad de Santo Domingo, que había sido ocupada desde el 28 de abril de 1965.
En el caso de la guerra restauradora, durante casi dos años el pueblo dominicano luchó incansablemente contra el ejército español, muy superior en personal y armamentos, hasta causarle -según algunos especialistas- una de las más vergonzosas derrotas de su historia militar en el Caribe.
Sin embargo, conscientes de que su presencia en Santo Domingo no les representaba ventaja alguna, las autoridades españolas optaron por evacuar el territorio no si antes proponer un plan de desocupación al Gobierno restaurador.
A principio de junio de 1865, tras un intercambio de notas entre el alto mando militar de ambos ejércitos, fue firmado el Convenio de El Carmelo, en las afueras de la capital. Se propuso entonces un armisticio, un canje de prisioneros y el reconocimiento por parte de los restauradores de que la recuperación de la independencia dominicana ¡obedecía a un acto de magnanimidad de la nación española!
Respecto del Plan Hughes Peynado, cabe destacar que entre sus puntos esenciales figuraron: la instalación de un Gobierno Provisional; organizar elecciones libres; y promover la Asamblea Constituyente para redactar una nueva Constitución.
Concluidas exitosamente las elecciones del 30 de junio, Horacio Vázquez y Federico Velázquez fueron juramentados como Presidente y Vicepresidente, respectivamente, el 12 de julio de 1924.
Ese mismo día, en medio de un ambiente festivo y de sublime significación patriótica, los dominicanos contemplaron, en las oficinas públicas y en las fortalezas del país, cuando fue arriada la bandera estadounidense y, en su lugar, se enhestó la gloriosa enseña tricolor de los trinitarios. Ese día majestuoso, mientras los marines norteamericanos se preparaban para desocupar el país, también nació la Tercera República.

Juan Daniel Balcácer