Periodista, no notario
Periodismo al servicio de la política
Con mayor o menor frecuencia, muchos de nosotros hemos escuchado la frase «nada humano me es ajeno», incorporada a nuestro bagaje cultural aun si desconocemos su autor, Publio Terencio, y su fuente, la obra El que se atormenta a sí mismo, en la que Cremes la pronuncia.
No ser ajeno a nada humano es una opción ética. Implica decidir no ser indiferente frente a lo que sucede a nuestro alrededor y con los otros; tomar partido para no merecer, por tibios, ser vomitados de la boca Dios.
Pensar en esto me sobrevino cuando leí en medios españoles del pasado día 5 la afirmación de Miguel Ángel Rodríguez, vocero de Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la comunidad de Madrid, reivindicándose periodista, no notario. Lo hizo frente a jueces para defender su difusión de un bulo que imputaba al fiscal general del Estado Álvaro García Ortiz haber frustrado, «obedeciendo órdenes de arriba», un acuerdo de reducción de pena con el novio defraudador del fisco de la dirigente del Partido Popular.
No soy parte del gremio al que Rodríguez dice pertenecer ni me toca de cerca, porque tampoco soy española, el lawfare que victimiza a García Ortiz. Pero soy humana y no me complazco en la ajenidad al daño que la manipulación política de la información inflige a las audiencias; también yo soy víctima. La información, y su contraria, la desinformación, dejaron hace mucho de ser locales para ser universales. Influyen en la percepción de los hechos sin importar dónde se producen y quién las produce.
«Era un mensaje sin apoyo en ninguna fuente. Yo soy periodista y trabajo en política. No soy un notario que necesite ninguna compulsa». Chorrea inmoralidad y cinismo su burla del deber deontológico del periodista de apoyar en fuentes veraces el mensaje que difunde. Como periodista al servicio de la política, Rodríguez antepone los fines de sus empleadores al compromiso primario con los públicos.
Por si fuera poco, al oponer las funciones del periodista a las del notario, despoja al primero de su condición de documentalista social y de la inmanencia del testigo; es decir, de persona «que presencia o adquiere directo y verdadero conocimiento de algo», según la descomplicada acepción del DRAE. Lo reduce a vulgar embaucador.
Y sí, como el periodista que dice ser, antes de difundir el bulo Rodríguez precisaba una compulsa; verificar si la inconducta que imputaba a García Ortiz («deducción lógica» de periodista con canas, había dicho antes), sentado en el banquillo a resultas de la mentira, era constable y si también se sostenía que hubiera filtrado a la prensa correos electrónicos sobre el acuerdo eximente de cárcel, este real, propuesto a la Fiscalía por el abogado del delincuente emparejado con Díaz Ayuso.
Hablando del periodismo sin información, Félix Ortega cita la simulación informativa como antipara de objetivos inconfesables, que no son otros que «urdir tramas o fabricar realidades» para enredar al público y convertirlo en rehén.
Es decir, apelar a noticias falsas y «hechos alternativos» en los que adiestran el trumpismo y la conspiranoica alt-right estadounidense y de más allá, maestros de quienes Rodríguez se empeña en ser aventajado alumno. En suma, la conversión del periodismo en máquina del fango.

Clotilde Parra
Clotilde Parra