Bosch 63: Duvalier y la Guardia
El ajedrez geopolítico, cómo la crisis con Haití debilitó a Juan Bosch.

Los conflictos con Haití, bajo Papa Doc, fueron otro asunto cuyo saldo debilitó a la administración Bosch. Uno de sus episodios inició el 19 de abril, al develarse una trama contra Duvalier, refugiándose algunos complotados en sedes diplomáticas en Puerto Príncipe, entre ellas la nuestra. Días después, el 26 de abril –definido por Bernard Diederich como una jornada de "caos y genocidio"-, se registró un atentado contra los hijos de Papa Doc cuando se dirigían al colegio. Atribuido erróneamente al teniente Francois Benoit, con fama de buen tirador y asilado entonces en la sede dominicana, sus familiares fueron salvajemente asesinados y fuerzas del régimen penetraron en su búsqueda en nuestra cancillería, rodeando la casa del embajador en reclamo de su entrega.
En alocución televisada, el presidente Bosch explicó lo sucedido y dio un ultimátum al gobierno haitiano para retirar sus efectivos de nuestra sede. Como explica en su obra Crisis de la democracia de América en la República Dominicana, Bosch ideó un plan para propiciar la caída de Duvalier con la movilización de tropas hacia la frontera Sur y un simulacro de bombardeo aéreo al Palacio presidencial en Puerto Príncipe. Habida cuenta de las relaciones tirantes y la presencia en Haití de miembros de la familia Trujillo que se decía conspiraban contra el gobierno dominicano. Además, Bosch tenía la certeza de la existencia de una trama para atentar contra su vida alentada por el siniestro Papa Doc.
En estas circunstancias se produjeron movilizaciones de tropas en la frontera, se lanzaron volantes desde un avión dominicano, advirtiéndole a la población de Puerto Príncipe alejarse del Palacio presidencial a ser bombardeado. A resultas, el embajador John B. Martin, alarmado y temeroso de una confrontación mayúscula, sugirió a Bosch dejar a Estados Unidos actuar para encontrarle una salida a Duvalier y alejarlo del poder, al estar las relaciones de éste con los norteamericanos también deterioradas. Estos incidentes generaron, en mayo y en lo adelante, una situación tensa asumida por la OEA. Finalmente, una comisión de la OEA realizó visita de sitio a la isla para comprobar las denuncias, planteando un arreglo entre las partes. Bosch entendió que esa salida representaba un revés internacional.
En su baraja de opciones diplomáticas, de operaciones encubiertas y militares para deshacerse de Papa Doc, EE. UU. utilizó ese conflicto manteniéndolo en baja intensidad, ya que manejaba sus propias estrategias y tácticas de presión y diversión. Coincidentes con incursiones desde Dajabón de contingentes haitianos dirigidos por el exiliado general León Cantave (como las fracasadas del 5 de agosto y el 22 de septiembre), con apoyo logístico de militares dominicanos. Incluso contempló un plan de contingencia de invasión a Haití con los marines, con despliegue de la flota en sus costas. Como Trujillo en sus últimas, Duvalier también jugó al chantaje y coqueteo con los países socialistas –EE. UU. había retirado su embajador. En momentos en que la comunidad de inteligencia norteamericana evaluaba noticias sobre entrenamientos en Cuba de africanos francoparlantes y haitianos residentes para lanzar una expedición hacia Haití.
En medio de este pulseo, ya en junio, Estados Unidos había retornado a su embajador en Puerto Príncipe. Del otro lado de la isla, el gobierno de Bosch debilitaba su posición debido a este affaire y las relaciones con los militares dominicanos menguaban bajo la especie filtrada de que el gobierno los había utilizado con fines de distracción sin un propósito firme de actuar en Haití, para desmovilizar cualquier intentona golpista en proceso.
Como saldo de este ajedrez geopolítico, Bosch caería el 25 de septiembre, dos meses antes del asesinato de JFK el 22 de noviembre del 63 en Dallas, Texas. En cambio, Duvalier se consolidaría tras este episodio trágico. Prevaleciendo la lógica imperial de que con una Cuba era más que suficiente en el Caribe.
Otro vector fundamental en el golpe de Estado que malogró el desarrollo democrático y la modernización socioeconómica del país fue el rol de los uniformados. Los militares habían cogobernado 20 meses tras la muerte de Trujillo, durante la accidentada transición, con ejercicios de golpes y contragolpes. Durante Trujillo fueron una fuerza jerarquizada que obedecía verticalmente a los intereses y órdenes del "Ilustre Jefe". Entre su ajusticiamiento el 30M y el ascenso a la presidencia de Juan Bosch el 27F, se formaron grupos con dominio de áreas de poder delimitadas.
Se sabía que Antonio Imbert, un civil cojonudo ordenado general por ley, controlaba la reforzada Policía con el general Belisario Peguero. Rib Santamaría mandaba en la Marina. En el Ejército, Renato Hungría Morel. En la Fuerza Aérea, Miguel Atila Luna. Y el coronel Elías Wessin y Wessin, en el poderoso CEFA enclavado en San Isidro con un liderazgo real entre la tropa y la oficialidad. Viñas Román encabezaba la secretaría de las FFAA, con despacho en el Palacio Nacional. Cada grupo tenía su esfera propia. Realmente negociaban, pulseaban, conciliaban, pactaban. El secretario, hombre de perfil moderado concuñado del ministro de Agricultura Antonio Guzmán, arbitraba.
Desde el principio el sector militar no se sentía cómodo con Bosch. Así figura en los informes de inteligencia de la CIA -muy interesantes, objetivos y comprensivos con Bosch. Como en la mayoría de los reportes del embajador Martin, un febril componedor en la difícil escena dominicana. Asimismo, aparecía en las evaluaciones del equipo de analistas y planificadores de políticas del Departamento de Estado.
A despecho de la recomendación del presidente Rómulo Betancourt –quien le sugirió a Bosch la remoción del cuadro de mandos militares aprovechando su presencia y la de otros dignatarios, como el vicepresidente Lyndon B. Johnson, quienes asistían a los actos de toma de posesión del 27 de febrero-, el presidente Bosch decidió continuar con los jefes castrenses heredados del Consejo de Estado. Como le aconsejó el embajador Martin y le planteó JFK en su encuentro del 10 de enero en la Casa Blanca.
Era evidente que EE. UU. prefería esta opción, bajo la premisa de que podía manejarse más cómodamente en la nueva situación que el gobierno de Bosch representaba, al trabajar sus attachés militares con contrapartes locales ya conocidas y confiables. Incluso para presionar eventualmente al propio Bosch, potenciando la función de intermediación de la Embajada entre el presidente y los mandos dominicanos.
En este contexto, conviene resaltar que Bosch –experimentado en las lides políticas caribeñas, dotado de un aguzado ojo escrutador y de articulada capacidad analítica- debía conocer las implicaciones que esta decisión tenía, en términos de grados de libertad en sus relaciones con los militares. Pero a la vez, en un trueque de toma y daca, era una manera de compartir responsabilidad en cuanto a garantizar la estabilidad del orden democrático en ciernes, respecto a un poderoso sector de difícil control. En cuya configuración de mandos heredada él no había tomado parte, proveniente del Consejo de Estado y de los arreglos arbitrados por el propio embajador Martin y sus attachés.
De hecho, la dinámica de estas relaciones trianguladas descansó en gran medida en esta realidad, al entender Bosch que la administración Kennedy estaba comprometida, en calidad de principal garante, con el experimento democrático y tenía la capacidad e influencia para asegurarlo.
Tanto el libro del embajador John B. Martin Overtaken by Events: The Dominican Crisis from the Fall of Trujillo to the Civil War y sus memorándums desclasificados –ricos en detalles sobre sus relaciones con el presidente-, como la obra de Bosch Crisis de la democracia de América en la República Dominicana, son ilustrativos del manejo triangular del asunto militar. A diferencia del enfoque maniqueo prevaleciente en ciertos círculos, que sobredimensiona el papel norteamericano en el golpe, se podría afirmar a contrario que, si el régimen duró 7 meses, fue gracias a la intervención recurrente del embajador Martin para apuntalarlo.
Como afirma Bosch en su libro, en varias oportunidades "hubo fecha para el golpe de Estado". Para evitarlo, conforme los análisis de inteligencia norteamericanos, se empleó el poder disuasivo de EE. UU. El presidente usó al embajador como escudo permanente frente a los militares y éste a los agregados militares para reiterar el apoyo y compromiso de la administración Kennedy con el orden democrático y las reformas en la República Dominicana.
Tal como se resalta y figura en los perfiles de inteligencia sobre su personalidad, Bosch se manejó con independencia de criterio y equidistancia relativa frente a Washington y Moscú, como declaró en ocasiones, en un ambiente saturado por ásperas confrontaciones ideológicas. Pero Moscú no tenía influencia de importancia aquí, salvo el minúsculo Partido Socialista Popular (PSP) integrado por antiguos cuadros de clase media urbana provenientes de las luchas de mediados de los 40, cuando la postguerra abrió un paréntesis de liberalización controlada por la dictadura. Los hermanos Félix Servio y Juan Ducoudray, Tulio Arvelo, Pedro Mir, José Espaillat, Quírico Valdez, Justino del Orbe, Silvano Lora, regresaron a cuentagotas del exilio durante la transición al figurar en la blacklist de la inteligencia de EE. UU. Sumándose algunos resistentes locales como Mario Sánchez Córdova, Manuel González, Carlos Lizardo, Abelardo Vicioso y estudiantes universitarios como Asdrúbal Domínguez y Tony Isa Conde.
Evaluaciones norteamericanas de la situación dominicana apuntaban a que el gran riesgo para la estabilidad del gobierno, como Juan Bosch también lo estimaba, provenía de los militares. No tanto así de la derecha política sino de los militares. Ya que, conforme a su lógica, si los políticos de derecha lograban convencer a los militares de la pertinencia del golpe, sería muy difícil preservar su gobierno. A menos que, como se contempló en reunión entre Bosch, Martin y Sacha Volman, se movilizara un portaaviones como freno disuasivo de emergencia para evitar su concreción. Pautada por sus promotores en diversas fechas.