Avisos de la ciudad despierta
La ciudad y su ritmo: donde se medita en la época de la montonera y la historia de una ciudad de Santo Domingo que era otra

Como ocurre en la vieja Europa, pensamos en Londres, la ciudad ha tomado velocidad, es decir: ha evolucionado a un punto de no retorno. En esta zona, podemos ver claramente como funciona todo. Acabo de dejar a unas personas en una plaza. Entran miles cada día: no tenemos un inventario económico de cuánto es lo que se consume dentro de las plazas. Restaurantes, tiendas de todo tipo, sirven para que uno llegue a pensar en que esto no lo vieron los señores de la época de la montonera, esto es, en el siglo diecinueve, cuando nos dilatabamos en guerras, asonadas cuartelarias y golpes de Estado.
Debido a que el foco era otro, en los libros de historia (pienso en el de Pedro Maria Archambault), no se nos narra cómo la gente se entretenía: son libros de guerra donde se nos dice que hacían las personas para restaurar una República luego de la Anexión a España.
Para mostrar el análisis en otra ciudad, en el caso de Miami, tenemos que Arva Moore Parks hizo un libro hermoso para describir lo que ocurrió en la Magic City en todo el siglo XX, todo entendido por el caso de los edificios. Algunos libros dominicanos han intentado cronometrar la evolución de la ciudad y han hecho hincapié en la zona colonial con fotos debidas.
En esta tarde propicia para los restaurantes, los dos amigos que se quedaron en esa plaza seguramente gastaron una enorme cantidad porque se les veía en la cara. Al tiempo en que uno visualiza la historia, uno se entera de ese libro donde se habla de asuntos que nada tienen que ver con las ciudades modernas, aunque sí de los entornos que el clima ataca como fue el caso de Texas hace ya varios meses.
Mirando hacia atrás, recuerdo ahora haber visto en los canales de noticias como el encargado militar decía que la persona que estaba para eso se encontraba dormida cuando la catástrofe comenzó y tomó cuerpo.
En una tarde abigarrada, le hago la historia a una persona de una tía que vendió su casa para que los ingenieros hicieran una torre donde se puede decir que ha llegado la belleza, en caso de que gustes de los edificios altos. La ciudad ha cambiado, de eso no nos cabe la menor duda. Queda en inventario para algunos escritores de arquitectura, hacer un compendio de las casas antiguas, con las debidas fotografías.
Habiendo espiado todo este proceso, tengo claro cuales son las casas que quiero fotografiar, algo que no tendría en nómina los hombres de la Reconquista o de la Restauración de la República que sí vieron a una Santo Domingo histórica pero que se quedaron con la impresión de que ellos eran seres arcaicos. Habrían vislumbrado otra época (la que vivimos), donde los seres humanos, como ocurre en La Caverna de Saramago y Platón, se juntarían a degustar un asado que claro que sigue siendo el mismo: en eso hemos cambiado poco. Dice Lieberman que se da un fenómeno interesante que tampoco veremos en la ciudad: los árboles que adquieren una curvatura y se doblan producto de cambios climáticos y el deshielo del permafrost, como queda evidenciado en algunos parques nacionales.
Como queda registrado en las visitas de cualquiera, la ciudad no es solo plazas sino un montón de gente que vive para que no le cuenten en lo que hacen. Los avisos son claros: esas personas que salían a caminar por el Mirador del Sur, ahora tienen más cerca, se han mudado, a un Jardín Botánico que ha sido noticia recientemente por aquello de la construcción de unas estructuras en el entorno, algo que salió en los medios de manera masiva, al tiempo que muchos sacaban las pancartas para la protesta.
Con el correr de los años, la ciudad de Ovando no tiene el mismo aspecto: aunque alguien me podrá decir que el libro que imagino es el de la Zona Colonial con todos sus edificios, le diré que ya tomé fotos pero estas no son tan profesionales como se querría.
Con su propia historia, las otras zonas de la ciudad, esos escondites donde algunos argentinos y chilenos venden choripanes, deben ser rastreados por uno en alguna visita escatoloogica a esos lugares estratégicos de expendio de comidas, por aquello de no usar las plataformas que te llevan a la puerta de tu casa lo que has pedido: no siempre se quiere quedar uno en casa.
Con su gran dosis de misterio, la ciudad te invita a que vayas al sitio más esperado, y pidas lo que tienes que pedir. Sus luces mueven ahora la pluma de algunos entendidos en la transformación arquitectónica, algo que no pensaron del todo los políticos de la Era de Trujillo y más atrás, cuando todo era una especie de campo a mano alzada, donde todos tenían que disponer de un machete y de un colin para hacer frente a las huestes haitianas.