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Los gentilicios como memoria y destino

A propósito del Diccionario de gentilicios dominicanos, de Rafael Peralta Romero

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Los gentilicios como memoria y destino
El Diccionario de gentilicios dominicanos de Rafael Peralta Romero. (FUENTE EXTERNA)

A decir cosas

El lenguaje, más que un simple medio de comunicación, es la urdimbre de la identidad de los pueblos. En las palabras se depositan las huellas de la historia, los paisajes vividos, las marcas de pertenencia. Entre los vocablos que mejor expresan ese vínculo con el espacio y la comunidad están los gentilicios, designaciones que enlazan de inmediato al individuo con la tierra que lo acoge o lo vio nacer. No son meros apellidos geográficos, sino símbolos de memoria, orgullo y arraigo.

Cortesía del autor, me llega un libro inscrito en esa tradición y que, además de su buena presentación, despierta de inmediato la curiosidad. Por innovador. Se trata del Diccionario de gentilicios dominicanos, obra del narrador, poeta, ensayista y académico Rafael Peralta Romero, publicada recientemente para llenar un vacío de larga data en la lexicografía nacional. Lo abrí donde me correspondía: hostense, ese adjetivo que nos identifica y revela a los naturales de Hostos, municipio de la provincia Duarte. "El orgullo hostense es que su municipio honra al maestro Eugenio María de Hostos", según la definición.

 

El lugar bíblico de la denominación

Nombrar ha sido siempre un acto de poder y revelación. Lo resalta Peralta Romero en un bien hilado preámbulo. La Biblia lo recuerda desde el Génesis, cuando Adán recibe la potestad de dar nombre a los animales e inaugura así la condición humana como ejercicio de lenguaje. En el Éxodo, los pueblos se identifican por su origen —moabitas, amalecitas, filisteos— y esos nombres trazan un mapa de afinidades, tensiones y destinos. El Antiguo Testamento muestra que los gentilicios son marcas espirituales y políticas, no simples etiquetas neutras. Decir "israelita" es situar a alguien en una geografía, pero también inscribirlo en una historia de fe, diáspora y promesa.

Jesús mismo es llamado "Nazareno", y esa designación lo ancla a Nazaret, un lugar que acompaña su figura en todos los evangelios. Se repite con los apóstoles y discípulos, reconocidos por sus ciudades de origen: Simón de Cirene, María Magdalena, Saulo de Tarso. El gentilicio se vuelve coordenada existencial, señala de dónde se viene y, con ello, quién se es.

Esta dimensión bíblica, en la antesala de la obra,  ilumina el valor del diccionario de Peralta Romero. Los gentilicios dominicanos condensan, como aquellos antiguos, una geografía y un destino. Decir "vegano", "banilejo" o "cibaeño" es nombrar un lugar, pero también un temperamento, una memoria, una cadencia afectiva. Al recopilar y explicar estas voces, el autor nos recuerda que cada gentilicio late como historia compartida.

 

Rafael Peralta Romero: de narrador a lexicógrafo

La trayectoria de Peralta Romero se ha definido por la versatilidad. Ha publicado libros de poesía, ensayo y narrativa; ejercido el periodismo por más de cuatro décadas; y trabajado como docente universitario. Desde 2020 dirige la Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña, además de ser miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua y correspondiente de la Real Academia Española. En cada faceta ha mostrado un compromiso firme con la palabra, tanto en su dimensión estética como en su papel cultural.

El Diccionario de gentilicios dominicanos corona esa trayectoria con un gesto distinto. Ahora dobla como recopilador y sistematizador. La narrativa le permitió explorar la intimidad; y la poesía, dar cauce a la emoción. Este diccionario lo instala en el terreno de la lexicografía, donde rigor y paciencia se entrelazan con la intuición de quien sabe que las palabras están vivas. Se vincula así a la tradición académica, pero introduce un matiz propio en la riqueza del corpus local.

 

Los gentilicios como espejo de la nación

En la República Dominicana, los gentilicios no son uniformes. La geografía insular —montañas, llanuras, costas— ha generado denominaciones inesperadas. De San Pedro de Macorís no surge un "macorisano", sino un "petromacorisano"; de La Vega, un "vegano"; de Montecristi, un "montecristeño". Estas variantes, lejos de caprichosas, reflejan procesos históricos, migratorios y fonéticos que Peralta Romero rastrea y ordena con minucia.

El diccionario ofrece así un mapa verbal de la nación. Cada gentilicio es una microhistoria que muestra cómo los dominicanos han moldeado su relación con el territorio. El orgullo cibaeño, la cadencia sureña, la nostalgia de los emigrantes; todo se condensa en estas voces. Quien se reconoce "banilejo" evoca un lugar, pero también un acento, un café, un calor humano. El libro se convierte en espejo de la pluralidad nacional.

 

Entre la oralidad y la academia

Recoger y codificar gentilicios supone crear un nexo entre la frescura de la oralidad popular y la norma académica. Los dominicanos nombran con ingenio y esas denominaciones circulan en el habla mucho antes de asentarse en un libro. El trabajo de Peralta Romero reconoce esa vitalidad y la preserva en un repertorio que, sin petrificarla, la documenta.

Fijarlos en un diccionario enriquece la espontaneidad de la lengua, y la ilumina. El lector descubre qué se dice y por qué, cómo se ha dicho y qué matices diferencian a un "azuano" de un "barahonero". El diccionario actúa como crónica cultural, testimonio de la imaginación popular y registro de un patrimonio verbal que podría perderse si no se protege.

 

Identidad y pertenencia

El alcance del Diccionario de gentilicios dominicanos va más allá de lo lingüístico. En un mundo globalizado, donde las identidades locales se difuminan, rescatar los gentilicios equivale a afirmar una pertenencia. Nombrar es situarse en el mapa y en la memoria. Al decir "monteplateño" o "neibero", el hablante reafirma un lazo comunitario que lo distingue y lo enraíza. Como ocurre con nosotros, los hostenses, unidos en la memoria del ferrocarril y las aguas crecidas del Yuna al final del estío y el advenimiento de las lluvias tropicales.

Resuena aquí, de nuevo, la matriz bíblica. Los nombres de los pueblos eran recordatorios de su destino. Del mismo modo, el dominicano lleva en su gentilicio el recuerdo de su comarca, la huella de su gente y la posibilidad de reconocerse en el mosaico nacional. 

 

Una obra de referencia y de futuro

El Diccionario de gentilicios dominicanos es una obra de referencia que servirá a investigadores, periodistas, docentes y estudiantes. Pero más allá de su utilidad académica, tiene un valor simbólico al dignificar el habla común y demostrar que en ella habita una sabiduría ancestral.

Además, abre caminos de futuro. Podrán hacerse estudios comparativos, investigaciones sobre identidades regionales, exploraciones del mestizaje lingüístico caribeño. Peralta Romero compila palabras y traza un mapa de la dominicanidad.

 

Para finalizar, resumo

Los gentilicios, como enseña la Biblia y confirma la experiencia dominicana, no son simples designaciones geográficas. Son memoria, destino y pertenencia. El diccionario de Rafael Peralta Romero se inscribe en esa tradición milenaria y la actualiza con acento nacional. Su autor, con una trayectoria que une creación literaria, periodismo, docencia y academia, entrega una obra que honra a la vez la vitalidad de la lengua popular y el rigor de la investigación.

En tiempos en que las identidades parecen disolverse, recuperar el valor de los nombres propios es recuperar la conciencia de quiénes somos y de dónde venimos. Como en la Biblia, donde los pueblos se reconocían en sus designaciones, los dominicanos podemos encontrarnos en nuestros gentilicios. Ya no como fragmentos dispersos, sino como un mosaico de voces que, al unirse, dan forma a una nación.

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Aníbal de Castro carga con décadas de periodismo en la radio, televisión y prensa escrita. Toma una pausa en la diplomacia y vuelve a su profesión original en DL.