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Cultura y Poder: la propaganda USA

Cómo la CIA usó el arte y la literatura para derrotar al comunismo

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Cultura y Poder: la propaganda USA
"La CIA y la guerra fría cultural". Frances Stonor Saunders. Círculo de Lectores, 2002. 540 págs. / "Legado de cenizas. La historia de la CIA". Tim Weiner. Debolsillo, 2012. 719 págs. (DIARIO LIBRE)
"La libertad cultural no salió barata. Durante los siguientes diecisiete años la CIA invertiría decenas de millones de dólares en el Congreso por la Libertad Cultural y en proyectos relacionados. Con ese tipo de proyectos la CIA, en realidad, actuaba como Ministerio de Cultura de Estados Unidos."

Hasta 1945, cuando concluyó la II Guerra Mundial, los asuntos de la seguridad nacional de Estados Unidos estuvieron atendidos por la Oficina de Servicios Estratégicos (Office of Strategic Services, OSS), creada en 1941 por el presidente Franklin D. Roosevelt, después del ataque japonés a Pearl Harbor. En ese año de 1945, el presidente Harry Truman disolvió la OSS y pasó sus atribuciones al Departamento de Estado y al Departamento de Guerra, afirmando entonces que no quería "una Gestapo en tiempos de paz". Pero, el mismo Truman, dos años después, en 1947, ya en el contexto de la guerra fría, crea la Central Intelligence Agency (CIA), al verse obligado a enfrentar el propósito expansionista de la Unión Soviética que tomaba curso incluso en Estados Unidos, con la presencia de un Partido Comunista muy activo y una simpatía creciente, que se consideró preocupante, del sector intelectual.

Cuando se inicia la guerra fría se habían delineado claramente dos bloques liderados por la URSS y Estados Unidos, que habían ido poco a poco estableciendo su hegemonía en distintas partes del mundo. La guerra política, ideológica, económica y militar entre ambas potencias, iba a insertar además a la cultura como "arma operativa" de propaganda, una herramienta de persuasión política que había sido creada por los soviéticos y que se mantuvo muy activa hasta la muerte del cerebro de esa acción secreta, el alemán Willi Münzenberg, en 1940. La URSS continuaría en esa labor con nuevos ingredientes y con una vigorosidad que no podían igualar los gobiernos occidentales. Fueron los soviéticos los creadores de los organismos tapadera para el impulso y afianzamiento de sus objetivos, utilizando para ello a sindicatos, movimientos feministas, grupos juveniles, instituciones culturales, prensa y editoriales. Stalin, en desventaja frente a Estados Unidos, por el poder económico y militar que exhibían los norteamericanos, se concentró en la cultura como vehículo para ganar la "batalla por la mente de los hombres". En ese terreno, Estados Unidos no tenía experiencia, por lo que estaba obligado a crear tácticas no convencionales en tiempos de paz. Fue entonces, hacia 1947, cuando se inició la guerra fría cultural.

Como antes lo había hecho la URSS, bajo la dirección de Münzenberg, Estados Unidos inició la captación de grandes figuras intelectuales para incorporarlos a esta actividad secreta, tanto si les gustaba como si no, o sea, a sabiendas del proyecto en el que trabajaban, o de forma inocente.  Esa labor iba a encaminarse a través de la CIA, quien creó un frente cultural muy bien dotado económicamente, cuyo pregón central era la libertad de expresión. Igual a como ocurrió en la URSS de Stalin, también en Estados Unidos se incorporaron a este plan escritores, poetas, historiadores, dramaturgos, críticos literarios y de arte, pintores, escultores, educadores y científicos. Varios, entre ellos, habían formado parte de las tropas culturales de Münzenberg para la Unión Soviética, que luego se desilusionaron del comunismo al descubrir los fines totalitarios del estalinismo, lo que el novelista y ensayista húngaro-británico Arthur Koestler denunció como la "abortada revolución del espíritu, renacimiento fallido, falso amanecer de la historia".

Fue así como Estados Unidos echó mano a las vacas sagradas de la intelectualidad occidental para desarrollar el gran mecanismo de propaganda que permitiría consolidar sus accciones con ese respaldo cultural. Para esa tarea secreta, intensa y continua, iba a colocarse al mando a un triunvirato, donde solo uno conocía el engranaje del sector cultural, y los otros dos estaban entrenados en las labores de espionaje y del agit-pro (agitación y propaganda) que iba a necesitar permanentemente este plan: Melvin Lasky, periodista, historiador de guerra al servicio del ejército estadounidense, con enorme preferencia por el debate intelectual, y un graduado con honores del New York´s City College; Michael Josselson, natural de Estonia y cuya familia había sido asesinada por los bolcheviques, quien se haría experto en espionaje para la guerra psicológica; y, un joven compositor, Nicolas Nabokov, primo de Vladimir Nabokov, el autor de la célebre novela "Lolita", quien sería la punta de lanza de este gran proyecto para ganarse a la intelectualidad estadounidense.

¿Cuáles escritores y artistas formarían parte activa en esta guerra fría cultural, lo quisieran o no? La lista es larga, mencionemos sólo los principales: el escritor francés André Gide, quien fuera un activo intelectual prosoviético y quien tan temprano como en 1936 publicara su libro "Regreso de la URSS", luego de visitar Rusia y conocer el modo operativo de Stalin; Ernest Hemingway, anteriormente vinculado a los planes soviéticos, por lo que alguna vez se le consideró un espía doble; el historiador social Arthur Schlesinger Jr., el economista John Kenneth Galbraith; el poeta W. H. Auden; el poeta y dramaturgo francés Jean Cocteau, de quien algunos en la CIA desconfiaban porque había sido antes prosoviético y temían que fuese una quinta columna; el francés Antoine de Saint-Exupéry, autor de "El Principito", quien era piloto de aviación profesional; el filósofo británico Isaiah Berlin; y el novelista Howard Fast, autor de la famosa novela "Espartaco", llevada al cine en 1960 bajo la dirección de Stanley Kubrick, con Kirk Douglas en el papel central. Por supuesto, en este grupo, como en acciones de enorme relevancia cultural dirigidas por la CIA posteriormente, la cabeza era Arthur Koestler, cuyo libro "El cero y el infinito" se convirtió en pieza de cabecera del proyecto.

Pero, esto no era más que una parte. Con el surgimiento, en el mismo año de 1947, del Plan Marshall, se obtendría el financiamiento de eventos culturales para los mismos fines. El general George Catlett Marshall, secretario de Estado con Truman, recibía a inicios de junio un doctorado honoris causa en Harvard, junto -nada más ni nada menos- a Robert Oppenheimer, el renombrado físico, padre de la bomba atómica; el general Omar Bradley, comandante del desembarco en Normandía, y el poeta T. S. Elliot. En su discurso ofreció las claves del plan que llevaría su nombre: "...la forma de vida que conocemos está literalmente pendiente de un hilo" y reclamaba allí un programa de choque, de créditos y ayuda material a gran escala para impedir el desmoronamiento del Viejo Mundo. Bajo ese Plan Marshall, se organizaría el Congreso por la Libertad Cultural, el Comité por la Libertad Cultural, el Comité por una Europa Libre, el Fondo del Este de Europa, la Asamblea Mundial de la Juventud, el Festival de las Artes, fundaciones de distintas pelambres bajo la dirección de los más connotados empresarios estadounidenses, todos organismos y eventos tapaderas de la CIA, con filiales alrededor del mundo. Esto ocurría mientras la URSS celebraba o creaba actividades similares, como el Congreso Mundial de Intelectuales por la Paz, en Polonia; el Congreso Mundial de Partisanos por la Paz, en París; el Consejo Mundial por la Paz, y la Conferencia Cultural y Científica para la Paz Mundial que los soviéticos realizaron en pleno Nueva York, en el hotel Waldorf Astoria, encabezada por figuras de la talla de los compositores Dmitri Shostakovich y Aaron Copland. Al Congreso por la Libertad Cultural asistieron intelectuales como Karl Jaspers, John Dewey, Bertrand Russell, Raymond Aron, Benedeto Croce, Salvador de Madariaga y Jacques Maritain. Incluso se recibieron mensajes de apoyo de Jorge Luis Borges y Juan Rulfo. Entre los compositores estadounidenses figuraron Samuel Barber, Leonard Bernstein y George Gershwin. Y entre los grandes escritores y dramaturgos, Eugene O´Neill, Thornton Wilder, Tennessee Williams, William Saroyan y John Steinbeck. Se diseñó una lista de los libros que debían ser divulgados y de los autores que debían sancionarse, mientras en la revista Encounter, que se editó durante casi 35 años, colaboraron firmas de prestigio como el filósofo rumano Mircea Eliade, el poeta y novelista Robert Penn Warren y el escritor francés André Malraux, otro desengañado del marxismo, quien sería años después el primer Ministro de Cultura de la historia en el gobierno del general De Gaulle, permaneciendo 11 años en este cargo.

La Unión Soviética y el III Reich de Adolf Hitler iniciaron los programas secretos de propaganda cultural que Estados Unidos continuaría empleando enormes recursos, a través de la CIA, en toda Europa Occidental, pero igualmente a través de revistas, libros y fundaciones en América Latina. La guerra fría cultural fue una gran batalla de operaciones encubiertas entre escritores y artistas fascinados, unos por el comunismo y otros por el American Way of Life, que dejó como productos: desengaños, suicidios, lavadera de manchas ideológicas y la creación de la socialdemocracia como una nueva forma de la izquierda. Algunos escritores se mantuvieron alejados de uno y de otro bando, como Arthur Miller quien afirmara que todo este tiempo tuvo un tufo de innoble: "Esta transmutación de las etiquetas del Bien y del Mal tuvieron algo que ver en la degradación del concepto de moralidad, incluso teórica, del mundo. Si el amigo del mes pasado se puede convertir de repente en el enemigo de éste, ¿cuál es el grado de realidad que tienen el bien y el mal?". Fue la única voz que clamó en el desierto de aquellos años de realineamiento tras la desaparición del nazismo, donde la cultura ocupó un insólito rol de primera fila.

Sugerimos la lectura de los dos anteriores textos, de esta serie de tres, publicados los días 24 y 31 de enero pasados.

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Escritor y gestor cultural. Escribe poesía, crónica literaria y ensayo. Le apasiona la lectura, la política, la música, el deporte y el estudio de la historia dominicana y universal.