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Mi papá y los Leones del Escogido

El fanático que nunca abandonó a su equipo, ni siquiera desde lejos

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Mi papá y los Leones del Escogido
La herencia roja, un amor de padre a hijos por el Escogido. (ARCHIVO/DIARIO LIBRE)

Al igual que la gran mayoría de los dominicanos, mi padre fue un apasionado del béisbol, muy especialmente de los Leones del Escogido, todavía Campeones Nacionales y del Caribe.

Cuando mi hermano Óscar y yo éramos niños nos llevaba con frecuencia al Estadio Quisqueya a disfrutar de la pelota invernal. A mediados de la década de los 80, el equipo rojo era una verdadera sensación, un trabuco. En su plantel figuraban nombres como Juan Samuel, Gerónimo Berroa, Junior Noboa, Nelson Liriano, Luis De Los Santos, José De León, José Núñez, Rufino Linares, Wilfredo Tejada y Junior Feliz; y a partir de diciembre se integraban luminarias de Grandes Ligas como Pedro Guerrero y Julio Franco. Desde octubre ya se respiraba campeonato.

Mi padre no era un fanático pasivo. Vivía el juego con intensidad y se involucraba de lleno desde los palcos bajos del estadio, donde no solo intercambiaba ideas con la directiva roja, sino también palabras, muchas de ellas impublicables, con el manager y algunos jugadores que, a su entender, no cumplían con su parte en el terreno de juego.

Contaba de manera jocosa la anécdota que, siendo aún joven durante un juego de escasa asistencia, estuvo el partido completo gritándole "¡Panqué!" a Felipe Rojas Alou. Para colmo, el estelar jardinero se fue de 4-0 aquella noche. Años más tarde, ya siendo mi padre ejecutivo del periódico Hoy, coincidieron en una entrevista, y al recordarle el episodio, Don Felipe sólo atinó a decirle, con media sonrisa: ¿Y fuiste tú?

Fue también junto a mi padre que vi por primera vez en persona a mi gran ídolo de entonces, Pedro Guerrero. Ocurrió una tarde de enero, en el parqueo reservado para los directivos del Escogido, justo después de recoger las boletas del juego de esa noche. El estelar jugador de los Cardenales de San Luis llegó en un Mercedes-Benz gris, saludó a todos con afecto y se detuvo unos minutos a conversar con mi padre y Mackey Calzada. Para mí, aquello fue oro puro.

Esa misma noche la Negra Pola conectó un memorable triple con las bases llenas por todo el jardín central. Sin embargo no pudo evitar la derrota, el Escogido cayó 4-3 ante las Estrellas y quedó eliminado del todos contra todos. Salimos del estadio con el corazón roto.

A aquella época dorada, comandada por Felipe Rojas Alou, le siguió una dolorosa sequía de 18 años sin campeonatos. Fueron tiempos duros para la fanaticada escarlata. Muchos se alejaron definitivamente de los estadios, incluido mi querido padre, que si acaso regresó una o dos veces más al coloso del Ensanche La Fe.

Pero su distancia nunca fue emocional. Dondequiera que estuviera, seguía al Escogido. Vivió y celebró con intensidad el campeonato 2009-2010, y gozó como pocos las coronas que vinieron después.

No tengo dudas de que de haber estado vivo, le habría dedicado más de un comentario poco afable a Albert Pujols por la pasividad en el manejo del equipo la temporada pasada, que casi nos cuesta el campeonato. Y lo de este torneo, sin dudas, habría terminado de colmar su paciencia.

Este año, como bien dijo mi hijo, que lleva el mismo nombre de su abuelo, el equipo anda "como un carro viejo", cuando no falla el pitcheo, es la ofensiva la que no aparece; cuando no es eso, perdemos por errores infantiles. Una vergüenza. Y aun así aquí estoy, gritando desde la sala de mi casa los improperios que muchas veces mi padre gritaba en el estadio. Porque el Escogido no se abandona cuando pierde, ni se quiere sólo cuando gana. Se hereda, como lo heredamos mis hermanos y yo, y a la vez nuestros hijos.

Y al final siempre amaré a los Leones del Escogido por traer a mi memoria bonitos recuerdos juntos de mi padre. Aunque ya no esté para reírnos juntos de sus ocurrencias ante el pobre desempeño del equipo, cada temporada invernal lo imagino vibrando con la misma pasión de siempre en cada jugada.

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