Esperando el Bono: La deuda que nadie ve
La realidad oculta de los entrenadores de béisbol

Existe un mito persistente: muchos creen que el entrenador cobra cuando un jugador firma. La realidad es muy distinta. En muchos casos, ese es precisamente el momento en que comienzan a cobrarle a él.
El teléfono vibra. El entrenador no necesita mirar la pantalla. Sabe quién llama: el hombre que meses atrás le prestó dinero para seguir alimentando y hospedando al muchacho que acaba de firmar.
—¿Y entonces? —pregunta la voz, tranquilo.
No es curiosidad. Es cobro.
—TodavÍa no me ha llegado nada —responde el entrenador, con voz pareja, casi serena.
El prestamista no necesita amenazar. Basta con recordarle: "Yo confÍo en ti, pero también tengo que cuadrar mis cuentas".
El jugador ya firmó. Las fotos circularon. El contrato fue aprobado. La familia habla del bono como si ya estuviera en la cuenta. Pero en el mundo del entrenador, nada es real hasta que el banco lo cita para la transferencia. Y hasta ese momento, todas las deudas que asumió para sostener al pelotero entre los 12 y los 16 años siguen pendientes.
El bono no es comienzo, es reembolso
El papel se firma a los 16, pero el dinero no llega con la firma. Un dÍa es el amarre, otro la firma y otro —meses después— la transferencia. Esas tres cosas nunca ocurren al mismo tiempo.
Para cuando llega la firma, el entrenador ya lleva años invirtiendo: comida, vivienda, ropa, transporte, gimnasio, medicinas, viajes a tryouts. Si amarró al jugador a los 14, son al menos dos años de gasto sostenido antes de que el club anuncie el acuerdo. Y aÚn después debe seguir cubriéndolo hasta que llegue el bono. Cada comida, cada viaje, cada par de spikes se suma como otra lÍnea de crédito contra un futuro incierto.
Vivir en el hueco
La promesa de dinero no es dinero en mano. Los entrenadores viven en ese hueco. Cada libra de arroz, cada proteÍna, cada malla de pelotas sale de fondos prestados.
Cuando se amarró al muchacho hubo celebración. Pero era una celebración con reservas: la verdadera meta no era el apretón de manos ni la firma, sino el dÍa en que el banco confirmará el depósito. Hasta entonces, toca seguir malabareando: pedir prestado a uno para pagar a otro, atrasar sueldos, estirar los vÍveres.
Y las emergencias no esperan. La cocinera que alimenta a quince o veinte muchachos se enferma. Una cirugÍa, una hospitalización, sin seguro médico ni clÍnica prepagada. El dinero destinado a los tryouts se desvÍa hacia medicinas. Lo mismo ocurre con el lanzador de práctica o el encargado del terreno: piezas esenciales del engranaje, pero que tampoco pueden vivir de promesas.
"Ya viene", repite el entrenador. Y todos asienten, no por desconocimiento, sino porque necesitan creerlo.
Cuando finalmente llega el bono
Y entonces, llega el dÍa esperado: la liberación del bono. Pero el dinero no entra de inmediato a la cuenta. Todo pasa por un banco, bajo el esquema establecido por MLB: un solo canal, una sola cuenta, todo rastreable.
Antes de salir del banco, gran parte ya tiene dueño: el prestamista, los asistentes, las cuentas médicas, el alquiler del terreno, el transporte, los favores acumulados durante cuatro o cinco años de desarrollo sin salario.
De afuera parece un premio. Para el entrenador, es apenas ponerse al dÍa. Ese dinero cubre el vacÍo entre el inicio del sueño y el cumplimiento del club. Le permite saldar deudas y empezar de nuevo con el próximo niño de 12 años que ya entrena en su patio.
La verdad detrás del "porciento"
Multiplique esta historia por cientos de entrenadores en RepÚblica Dominicana, Venezuela y otros paÍses de América Latina que año tras año nutren de talento a las Grandes Ligas, y el panorama es evidente: MLB no financia el desarrollo internacional. Son los entrenadores quienes lo sostienen, a base de deuda, favores y espera.
Por eso, cuando alguien dice "buscón" hablando de un entrenador, pensando en oportunismo o ganancia fácil, no solo se equivoca: desconoce el sistema que lo sostiene. El que lo financia lo hace a crédito.
El bono que aparece en la prensa no es el inicio de un sueño. Es apenas el reembolso de una deuda que nadie ve.

Joel Araujo