×
Versión Impresa
versión impresa
Secciones
Última Hora
Podcasts
Encuestas
Servicios
Plaza Libre
Efemérides
Cumpleaños
RSS
Juegos
Herramientas
Más
Contáctanos
Sobre Diario Libre
Aviso Legal
Redes Sociales

Rosalía y Freddie Mercury: dos buscadores en la misma galaxia

De la ópera-rock a la intimidad futurista

Expandir imagen
Rosalía y Freddie Mercury: dos buscadores en la misma galaxia
El genio que une a Rosalía y Freddie Mercury. (FUENTE EXTERNA)

Rosalía y Freddie Mercury no se parecen en nada y, al mismo tiempo, pertenecen a la misma especie rara: la de los creadores que parecen venir de otra galaxia, siempre al borde, siempre nuevos. Uno hizo del rock una catedral barroca donde cabían la ópera, el exceso y la teatralidad desbordada. La otra convierte cada disco en un laboratorio donde la voz, la electrónica, la espiritualidad y la tradición se funden en un metal líquido imposible de clasificar. No comparten época ni estética, pero sí un impulso que los hermana en la búsqueda como credo, la innovación como instinto, la inconformidad como destino.

Mercury jamás actuó como un vocalista común. Todo en él tenía un filo teatral: los quiebres, las modulaciones, los gestos. Su rango vocal era prodigioso, sí, pero era su imaginación la que rompía los moldes. En cada canción había una sospecha de que la música podía ser otra cosa, más grande, más libre, más absurda, más sublime. Ese impulso a ir más allá, a no conformarse nunca, es el vértice donde Rosalía dialoga con él desde el siglo XXI.

Porque Rosalía, en LUX, igual que en MOTOMAMI, no busca repetir un acierto sino destruirlo para crear un lenguaje nuevo. Su voz —procesada, fracturada, susurrada o expandida— es, como la de Mercury, una herramienta dramática. Él imponía grandilocuencia; ella construye intimidad futurista. Él levantaba catedrales; ella diseña templos digitales. La diferencia es estética; la afinidad, esencial.

También en las letras se reconocen. Mercury jugaba con la ambigüedad, lo simbólico, el guiño oculto. Rosalía escribe desde un filo contemporáneo. Suyos son el misticismo intervenido por tecnología, la poesía convertida en gesto, la emoción filtrada por códigos digitales. Ambos entienden que la palabra es mensaje, detonante, atmósfera, provocación.

Lo decisivo, al final, no es compararlos en técnicas o géneros, sino verlos como miembros de un linaje escaso, el de los artistas que viven en permanente transformación. Mercury hizo del riesgo un hogar. Rosalía hace lo mismo en un tiempo donde el riesgo escasea, donde el pop teme al vértigo. Ella no. Como él, avanza hacia territorios que aún no existen excepto cuando ella los cruza.

Por eso, sin parecerse, se parecen. Son animales de otra galaxia. Irrepetibles, inquietos, indómitos. Artistas que entienden que lo nuevo no es una estrategia, sino una necesidad. Lo demás —géneros, épocas, modas— es accesorio. El gesto que los une es más profundo porque dobla como convicción de que la creación solo vale la pena si está a un paso del abismo, donde empieza lo desconocido.

TEMAS -