Síndrome de Déficit de Implementación
La región que planea bien, pero ejecuta mal

Hace algunos años, un funcionario caribeño afirmó que la región sufría de Implementation Deficit Disorder, es decir, "síndrome de déficit de implementación". Esta expresión resume con precisión una realidad: a pesar del innegable progreso económico y social, seguimos lejos de donde deberíamos estar en términos de desarrollo y competitividad.
Un reciente estudio del Boston Consulting Group, realizado en países de Norteamérica, Europa y Asia, reveló que la falta de implementación acelerada de acciones de transformación en empresas medianas y grandes (con ingresos entre un millón y un billón de dólares) costó a esas economías alrededor de tres billones de dólares de su PIB. El informe identifica fallas en la toma de decisiones, en el liderazgo comprometido con la innovación y en la capacidad para invertir y atraer el talento que demanda el futuro. También propone medir el progreso en ciclos de 90 días, no en años, y advierte que, si una estrategia no se implementa al menos entre un 20 % a 40 % durante el primer año, será difícil alcanzar el crecimiento proyectado.
Este "síndrome" no afecta solo a las empresas. En nuestro país, el Banco Mundial ha estimado los altos costos de no emprender las reformas necesarias para aumentar la productividad, reducir las distorsiones del mercado y fortalecer la resiliencia frente al cambio climático. No faltan diagnósticos ni estrategias; falta una implementación ágil, coherente y sostenida. Son esas acciones que no siempre salen en las redes, pero son las que realmente transforman: educación de calidad, desarrollo de talento y la adopción tecnológica.
La brecha entre diagnóstico, estrategia e implementación persiste a nivel regional, nacional e institucional. Una razón por la que pasa inadvertida es que casi nunca medimos lo que dejamos de ganar. En los negocios se habla del costo de oportunidad (lo que se pierde monetariamente al elegir una opción sobre otra), pero pocas veces se evalúa de forma constante en la toma de decisiones. Esa inercia también tiene un costo económico enorme.
Otro estudio muestra que mejorar la productividad de las pymes puede aumentar hasta un 10 % el PIB de un país. Sin embargo, es difícil cuantificar cuánto se deja de ganar por no digitalizar procesos, no estandarizarlos o no analizar con datos reales el uso del tiempo y los recursos. Lo que no se mide, no se mejora.
Ni los gobiernos ni las universidades están generando los cambios con la celeridad que exige un entorno global que evoluciona en meses, a veces en días. Las empresas, grandes o medianas, deben salir de la zona de confort y adoptar una visión que trascienda fronteras. La internacionalización impulsa la innovación, la inversión y la capacidad de ser parte de las empresas con futuro.
Las micro y pequeñas también pueden contribuir. Con el apoyo adecuado, su agilidad y capacidad de innovación —especialmente en los servicios basados en conocimiento— pueden marcar la diferencia.
Arrastramos un déficit de implementación de décadas. Pero es hora de tratar ese síndrome con visión, determinación y acción coherente. La verdadera medicina del progreso está en pasar del diagnóstico y estrategia a la ejecución.

Taiana Mora Ramis