Razones de la caída de la natalidad dominicana
Un país más urbano, más educado... y con menos hijos
El periódico Diario Libre, en su edición del pasado miércoles cinco de este mes, resalta en una nota de Balbiery Rosario —a toda columna— la disminución de la tasa de natalidad de nuestro país, de 1.11%, un hecho que no debe pasar inadvertido por las autoridades, dado el impacto que esta situación demográfica causa en el futuro del desarrollo social y económico de la Nación.
Durante los años sesenta, la tasa de crecimiento de la población dominicana alcanzó un 3.5 o 3.6 por ciento anual y fue considerada una de las más altas de América Latina. Esas cifras se basaron en el censo de 1960, realizado durante la dictadura de Rafael L. Trujillo. Se cree que fue inflado con el propósito de resaltar el poderío y prestigio nacionales, y hacer méritos para conseguir una mayor asignación de fondos extranjeros basados en el ingreso per cápita por habitante.
El censo de 1970 reveló que, durante esos diez años (1960-1970), la tasa de crecimiento era solo de 2.96% en lugar de la esperada 3.5 o 3.6. Una tasa de esta magnitud sigue siendo alta y, en este caso, podría explicarse, en gran parte, más por la transferencia de población que por la disminución de los nacimientos. Miles de dominicanos salieron del país tras la muerte de Trujillo, emigrando a Puerto Rico y Nueva York, y esto fue determinante en la tasa de 2.96% reflejada en el censo de 1970.
¿Cuáles son las razones que explican la disminución de la tasa de natalidad de 2.96% en 1970 a 1.11% en 2025?
Hay que entender que se trata de un proceso cultural, económico y urbano que no ocurre de la noche a la mañana. El país pasó de ser una nación principalmente rural, joven y con familias numerosas a una sociedad urbana, con más educación, mayores aspiraciones y más competencia por el ingreso.
En la década de 1970, nuestro país era esencialmente rural. La agricultura era la base económica y social. En ese contexto, las familias numerosas no solo eran parte de la tradición, sino también un apoyo para el trabajo en el campo. Los hijos aportaban mano de obra, compañía y continuidad. Sin embargo, a medida que la economía nacional se urbanizó, ese modelo se modificó. Hoy más del ochenta por ciento de la población vive en ciudades y, en la ciudad, cada hijo representa una inversión importante: alimentación, vivienda, salud, transporte y acceso a oportunidades. Cambia la ecuación: tener muchos hijos deja de ser una ventaja y se convierte en un reto económico.
En este proceso se amplía la educación para las mujeres. Se definen los horizontes y las expectativas. La mujer dominicana contemporánea trabaja, dirige, participa en la esfera pública y desarrolla proyectos personales y profesionales. La maternidad se posterga y, con frecuencia, se decide tener menos hijos. La educación trae consigo información sobre planificación familiar y aumenta la autonomía femenina en la toma de decisiones sobre su propio cuerpo y su futuro.
Otro factor determinante ha sido la caída de la mortalidad infantil. En décadas pasadas, muchas familias tenían más hijos para proteger su futuro porque no todos lograban sobrevivir. Los programas de vacunación, el aumento del acceso al agua potable, la mejoría de la atención primaria y la disponibilidad de medicamentos redujeron de manera drástica las muertes infantiles. Y cuando hay seguridad de que el niño sobrevivirá, la necesidad de tener muchos hijos desaparece. De esa manera, la cantidad cede espacio a la estabilidad y al cuidado.
También el costo de la vida influye en la decisión familiar. Criar un hijo en estos tiempos va más allá de cubrir necesidades básicas. Se busca una educación de calidad, actividades extracurriculares, salud emocional y una vida con oportunidades. Todo esto requiere recursos económicos que muchas veces no son fáciles de sostener para hogares donde ambos padres trabajan y deben planificar el tiempo. El resultado es la preferencia por una familia pequeña.
Las relaciones de pareja han cambiado. Hoy la unión se formaliza más tarde o, en muchos casos, no llega a formalizarse del todo. Las rupturas y las relaciones inestables dificultan la planificación familiar. Cuando la vida afectiva es incierta, el proyecto de tener hijos queda pospuesto o reducido.
La suma de estas transformaciones muestra una República Dominicana diferente: más urbana, más educada, más compleja y más cara. Ahora somos un país donde tener hijos es una decisión consciente, no automática. Este descenso en la natalidad, aunque responde a avances sociales, plantea desafíos importantes, tales como una población que envejece, una fuerza laboral futura más pequeña y la necesidad de replantear las políticas públicas para sostener el bienestar y establecer una política de población definida que permita planificar el futuro demográfico del país.
La natalidad, aunque lo parezca, no es un asunto privado: es un espejo del país que estamos construyendo.

Luis González Fabra
Luis González Fabra