La bitácora del maestro: Crónicas constitucionales desde el aula pública (Clase 6)
El derecho a la educación como motor de transformación social

Esta fue la sexta entrega de la ruta nacional Constitución Viva para todos y todas, un viaje que cada semana conecta a miles de estudiantes en 40 centros educativos del país.
El lunes 6 de octubre llegamos al Liceo Celeste Aida del Villar, en el corazón de una comunidad trabajadora donde la escuela es mucho más que un edificio: es esperanza. Los jóvenes de quinto y sexto año nos esperaban con curiosidad, algunos con sus mochilas sobre las piernas, otros con cuadernos gastados y sonrisas dispuestas.
La pregunta que abrió la clase fue simple, pero profunda: ¿Para qué sirve una escuela si no cambia tu vida?
El silencio duró unos segundos. Una voz tímida rompió la calma: "Para aprender a pensar." Otra siguió: "Para no repetir los errores que vemos afuera." Un tercero, más audaz, dijo: "Para que el que nace pobre no se quede pobre."

Esa frase, dicha sin grandilocuencia, resumió toda la jornada. La educación —les expliqué— es el derecho que abre la puerta a todos los demás. Sin educación no hay libertad real, ni igualdad de oportunidades, ni justicia social posible.
La clase siguió una agenda cuidadosamente diseñada. Iniciamos con un video de Constitución XT que introdujo el tema del Artículo 63 de la Constitución, donde se establece que toda persona tiene derecho a una educación integral, de calidad y permanente. Leímos juntos la frase que los jóvenes subrayaron con entusiasmo: "La educación tiene por objeto la formación integral del ser humano y el desarrollo de su dignidad, su capacidad crítica y su sentido de solidaridad."
Después proyectamos fragmentos de la película Escritores de la libertad, en la que una maestra transforma la vida de estudiantes marginados mediante la palabra y el respeto. Las miradas cambiaron: ya no eran espectadores, sino protagonistas en potencia.

La dinámica principal se llamó "Voces que aprenden". Cada grupo respondió en cartulina qué significa estudiar para transformar su entorno. Las frases fueron un retrato del país real:
- "Estudiar es romper el miedo."
- "Es tener una voz que nadie me puede quitar."
- "Es poder ayudar a mi familia sin irme del país."
Al leerlas en voz alta, la clase se convirtió en un coro de afirmaciones. Entendieron que el derecho a la educación no se reclama solo con palabras: se ejerce estudiando, persistiendo y soñando.
Les compartí un dato: el 36 % de los jóvenes dominicanos abandona sus estudios antes de concluir el bachillerato (Ministerio de Educación, 2024). Esa cifra, más que un número, fue un golpe de realidad. Detrás de cada porcentaje hay un rostro, una historia truncada, un país que pierde talento.
Nuestra Constitución es clara. El Artículo 63 reconoce la educación como derecho y deber del Estado, la familia y la sociedad. El Artículo 8 fija como fin esencial del Estado promover el bienestar general, y el Artículo 7 reafirma que somos un Estado social y democrático de derecho, fundado en la dignidad y la justicia. La educación, por tanto, no es un gasto: es la inversión más poderosa que puede hacer una nación.
El economista brasileño Paulo Freire lo dijo con precisión: "La educación no cambia el mundo: cambia a las personas que van a cambiar el mundo." Esa frase quedó escrita en el pizarrón y en la memoria del aula.
Antes de cerrar, reflexionamos sobre el uso del 4 % del PIB destinado a la educación: un logro histórico que aún debe traducirse en calidad, equidad y oportunidades reales. Los estudiantes entendieron que invertir en educación no es construir más aulas, sino formar ciudadanos críticos que piensen por sí mismos.
Y entonces llegó el momento final. Puse a sonar "Si aquí saliera petróleo", de Juan Luis Guerra. Las primeras notas provocaron risas, pero pronto el aula se llenó de silencio. La letra —esa ironía sobre la espera de riquezas materiales— se convirtió en metáfora: no necesitamos petróleo para ser un país grande; necesitamos educación, valores y conciencia.
Cuando la canción terminó, una estudiante dijo con una sonrisa: "Entonces el verdadero petróleo somos nosotros." Hubo aplausos. Y en ese aplauso estaba la verdad más simple y más profunda: la riqueza de una nación no está bajo tierra, está en su gente.
Nada de esto sería posible sin el acompañamiento del equipo del Defensor del Pueblo, que cada semana lleva estas experiencias simultáneas a decenas de centros educativos. Servidores públicos que dignifican la función estatal al convertir la enseñanza de los derechos en ejercicio vivo de ciudadanía.
Aquel día, el aula del Liceo Celeste Aida del Villar se transformó en un laboratorio de esperanza. Los jóvenes salieron convencidos de que estudiar no es una obligación: es un acto de dignidad. Una escuela que no transforma vidas no cumple su propósito. Porque el verdadero petróleo de la República Dominicana está en sus jóvenes, en su mente y en su corazón.