¿Estamos mal, pero vamos bien?
Más allá de los diagnósticos, la urgencia de actuar en comercio exterior

Esa frase la escuché de una experta uruguaya hace unas semanas para describir la situación de América Latina y el Caribe respecto a la exportación de servicios. En la región conocemos bien nuestras carencias: abundan diagnósticos, pero el gran problema es implementar soluciones con la urgencia que los tiempos demandan. En un contexto global de cambios vertiginosos, la lentitud se paga caro.
En nuestro país también tenemos claridad sobre muchos de los problemas vinculados al comercio internacional. Externamente, somos parte de una de las regiones más vulnerables a decisiones geoeconómicas fuera de nuestro control. Internamente, sabemos de sobra nuestros retos para incrementar y mantener la competitividad. Estudios del Banco Mundial han señalado que, para sostener el crecimiento económico, necesitamos cambios estructurales: fortalecer el apoyo al emprendimiento y a las mipymes, corregir distorsiones de mercado, aumentar la productividad y mejorar la educación. Algunas medidas son de largo aliento, como transformar el sistema educativo desde la primaria hasta la universidad.
Sin embargo, no todo son sombras. Hemos avanzado. Hoy existen estrategias nacionales para casi todo, con acciones concretas —algunas ya implementadas— y sectores que asumen la magnitud de sus retos. El reciente encuentro del sector agrícola de la Junta Agroempresarial Dominicana mostró a funcionarios y empresarios alineados en identificar problemas, oportunidades y medidas para aprovecharlas. La economía naranja y las tecnologías ganan cada vez más espacio en los foros públicos. Además, una economía que ha crecido de manera sostenida durante veinte años (con excepción del 2020) ofrece ventajas, siempre que logremos mantener ese ritmo.
No estamos tan mal, pero podríamos ir mucho mejor. Un ejemplo es la diversificación de las exportaciones. Hemos dado pasos importantes, pero aún queda espacio para expandirnos hacia mercados menos explorados. El Caribe, por ejemplo, ofrece oportunidades claras: las empresas que insisten y entienden esos mercados suelen alcanzar sus objetivos. Sin embargo, persisten barreras como la falta de acuerdos fitosanitarios, la débil consolidación logística o la práctica de ir una vez o de manera intermitente. Con un esfuerzo relativamente modesto pero sostenido, podríamos duplicar las exportaciones (menos del 10 % en 2023) hacia un Caribe cada vez más preocupado por su seguridad alimentaria. El incremento del comercio y la inversión con Guyana y Jamaica es muestra de lo que se logra con esfuerzo público-privado.
La clave está no solo en la acción constante, sino en la velocidad. Los gigantes del comercio electrónico ya ocupan espacios en nuestra región con logística incluida. Mientras tanto, los couriers locales podrían convertirse en puentes para el comercio intrarregional, sobre todo en rutas con conexión aérea directa. Pero necesitamos más: mayor digitalización de nuestras pymes, internacionalización de negocios que ya venden en línea y sistemas de pago más ágiles y menos costosos. Se espera que las fintechs contribuyan en esta tarea.
Finalmente, para que avancemos de verdad, el crecimiento debe ser inclusivo y sostenible. No es solo una moda: es la condición para que todos participen. El técnico que se forma en una escuela vocacional y ejerce un oficio exportable; el artesano que vende desde su taller; el compositor que coloca sus canciones desde Mao; o la productora agrícola que exporta directamente desde su finca. Todos ellos son parte de la ecuación.
No estamos tan mal. Pero para decir que vamos muy bien falta mucho, y en un mercado global cambiante, las soluciones deben llegar con más agilidad.