De Trujillo, Juancito Rodríguez y la Silla de Peña Batlle
El patriota que desafió al sátrapa: un enfrentamiento histórico

Fueron incontables las horas y las maquinaciones que el sátrapa Rafael Leónidas Trujillo Molina empleó para explorar los mecanismos para eliminar la figura y el liderazgo que desde el exilio encarnaba Juan Rodríguez García (Juancito), concretamente en La Habana, hacendado de origen mocano calificado como uno de los más acérrimos, peligrosos y decididos opositores al sanguinario gobernante sancristobalense.
Guiado por el interés de hacer desaparecer al ejemplarizante patriota y cimentado en una artimaña de las tantas que lograba generar el maquiavélico y perverso cerebro del dictador criollo, estimulado por sus corifeos, ordenó al licenciado Manuel Arturo Peña Batlle, gestionar en el extranjero la posibilidad de armonizar con el hoy héroe nacional, conforme a lo manifestado por el salcedense, doctor Alejandro Pichardo, en su reciente y edificante obra "Sobrevivir para Contarlo, Testimonios".
Ante la propuesta formulada por el allegado al dictador dominicano, con la cual es innegable que también se pretendía ocultar un mamotreto trujillista, Juancito Rodríguez reaccionó de inmediato respondiendo:
"- Licenciado Pena Batlle. Tráguese sus palabras y dígale a Trujillo que yo soy un hombre de honor y que seguiré luchando para tumbarlo porque los crímenes, las ofensas y los abusos cometidos contra mi familia, los míos y la población dominicana no tienen resarcimiento ni vuelta atrás, que no crea él que mi ostracismo llega al extremo de no saber nada de lo que pasa en mi Santo Domingo. Sé que mató a mi hermano menor y a dos de mis empleados, que me robó todas las cosechas y todo mi ganado, y mi finca de Barranca se la dio al prostituto de Porfirio Rubirosa quien se vanagloria de ser rico por ser el propietario de la más grande y productiva finca del país, la mía".
Luego de un cruce de otras ácidas expresiones verbales, destaca el doctor Alejandro Pichardo, en la publicación en referencia, que Juancito Rodríguez se levantó, observó con cortada mirada a Peña Batlle, carraspeó y escupió hacia un rincón, y se retiró, quedando pendiente por cumplir una misión bastante engorrosa al reencontrarse con el "Todopoderoso jefe".
Tiempo después, enterado el temido gobernante dominicano sobre lo que ocurrió durante el conversatorio sucintamente descrito, empezó el mencionado colaborador trujillista a padecer el aislamiento y rechazo del implacable y férreo mandatario, quien en su tratamiento con sus allegados y corifeos tuvo la costumbre de movilizarlos, en diversas ocasiones, "desde la cumbre más alta de la canonjía, al abismo más profundo de la desgracia".
Vale destacar que la reacción del llamado "Jefe" pudo ser peor ante su emisario si hubiese sido informado de que la negativa del señor Juancito incluía el calificativo de "hijodeputa´, ofensa intolerable para con su madre, además de haber resaltado que entre sus propósitos patrióticos existía el compromiso de extinguir de la faz de la tierra al despótico gobernante y su oprobioso régimen.
A partir de lo acontecido, el licenciado Manuel Arturo Peña Batlle, consciente de que nadie en el país estaba seguro manteniéndose en desgracia con "El Padre de la Patria", no importando la alcurnia, la estirpe, el dinero y el prestigio encarnado, sin "la bendición del Perínclito" procedió, urgentemente, a orquestar una estrategia para recuperar la confianza y el reconocimiento del marrullero tirano caribeño.
Fue así como, el elocuente, diligente diplomático y escritor al servicio del nefasto modelo de gobernanza, enterado de una visita de Rafael Leónidas Trujillo Molina a New York, consideró prudente llegar con suficiente tiempo de antelación a la referida urbe para preparar el recibimiento del "Benefactor de la Patria", en un majestuoso y confortable centro hotelero y de esta manera lograr armonizar y demostrar mayor afinidad con los principios y el accionar trujillista.
Sobre este singular episodio, destaca el doctor Alejandro Pichardo en su interesante libro "Sobrevivir para Contarlo – Testimonios", que: "Con antelación a la llegada de Trujillo, Peña Batlle viajó a Nueva York y organiza a su claque y contrató a un grupo de alabarderos para vitorear al Jefe por las rutas por las cuales se desplazaría. Todo pareció montado magistralmente para agradar al Jefe y reconquistar su confianza".
En procura de que todo discurriera sin contratiempos, el aliado trujillista llegó con suficiente tiempo de anticipación al inicio de la actividad y para su sorpresa, al momento de escuchar al maestro de ceremonia convocar a las personalidades invitadas a ocupar sus asientos, se percató de la ausencia de su nombre.
El asombro se hizo más acentuado cuando Manuel Arturo Peña Batlle se percató que todos los asistentes especiales pasaron a ocupar sus sillas, cuyos nombres se encontraban impresos en sus espaldares y no logró observar un asiento con el nombre del ilustrado y denodado intelectual dominicano.
Ante aquella extraña situación, el adepto trujillista, educador, historiador y abogado, oriundo de San Carlos, raudo y veloz se acercó a una de las jóvenes responsables del protocolo en el concurrido encuentro para de inmediato preguntarle:
"-Señorita, ¿y el asiento del Ministro de Relaciones Exteriores?".
Como apunte curioso, hay quienes sostienen que Porfirio Rubirosa que escuchó la conversación, de inmediato le pregunto a Trujillo:
"-Jefe, ¿y el canciller no se sentará en la mesa de honor?
La respuesta del dictador Trujillo, Monarca sin Corona, emergió como un rayo de manera precisa y lacónica:
"-El no está invitado".
Así las cosas, qué tiempos aquellos...