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La cultura del abuso

Más de 3,800 denuncias por delitos sexuales en medio año

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La cultura del abuso
Feminicidios y violencia sexual reflejan una crisis profunda. (SHUTTERSTOCK)

La cultura del abuso se ha ido generalizando en nuestro país y gana terreno cada día, al punto de que muchos la asumen como parte de la cotidianidad. Y ni lo es ni debemos permitir que lo sea. El abuso es una forma de violencia que se ha instalado en la sociedad, envolviéndola en un manto de miedo e incertidumbre. No tiene un solo rostro. Se expresa en el abuso de poder de motoristas y camioneros que se imponen en las calles contra los más vulnerables, pero alcanza su forma más atroz en los feminicidios y en la vulneración de la inocencia de nuestros niños. Son crímenes que revelan una crisis profunda y reclaman una respuesta inmediata de las autoridades y de toda la sociedad.

Las cifras son estremecedoras. Según datos citados por Clotilde Parra en su columna en Diario Libre, tomados de los registros de la Procuraduría, entre enero y junio se recibieron 583 denuncias de violación sexual, 965 de seducción de menores y 257 de incesto. Y para julio, el propio periódico actualizó el panorama: 3,854 denuncias por delitos sexuales, de las cuales 681 corresponden a violaciones, equivalentes al 17.6 %.

Cada menor violentado es un futuro robado. Por eso urge fortalecer los mecanismos legales, establecer protocolos eficaces de protección y garantizar que las denuncias no se pierdan en la burocracia ni en la indiferencia. La impunidad no puede seguir siendo el terreno fértil donde se perpetúan el horror y la barbarie de la cultura del abuso.

En este panorama, el feminicidio emerge como la manifestación más brutal del machismo arraigado en nuestra cultura. Cuántas mujeres son asesinadas por el simple hecho de ejercer su autonomía y decir "no" a un hombre que se cree dueño de su vida. No son crímenes pasionales, son el resultado de un sistema que durante décadas ha erosionado y devaluado la vida de las mujeres.

Las denuncias desatendidas en destacamentos y fiscalías, que muchas veces terminan en asesinatos anunciados, son prueba de que los mecanismos oficiales no están funcionando. Cada omisión se traduce en una vida perdida y en niños condenados a la orfandad.

Es indispensable implementar políticas públicas que ataquen las raíces del problema, promoviendo igualdad y educación desde la infancia. Necesitamos un cambio cultural y estructural: reformas institucionales, educación en valores y la promoción de una cultura de paz.

No todo debe esperarse del gobierno. El liderazgo social, las universidades, los colegios, las iglesias de todas las denominaciones y la ciudadanía en su conjunto tienen un papel esencial en esta transformación.

Las cifras no son solo estadísticas. Son historias de dolor, de vidas truncadas, de familias destrozadas. Ha llegado la hora de despertar como sociedad y trabajar por un presente y un futuro libres de miedo, donde la vida y la dignidad sean valores supremos.

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