¿El Merengue se bailó descalzo y con machete..?
Fradique Lizardo y la defensa de la identidad cultural dominicana

Tan pronto como nos adentramos al conocimiento del discurso de algunos de los estudiosos del proceso histórico, que hasta el momento ha acompañado al merengue, surge de manera imprevista el registro de una serie de episodios que no por ser curiosos dejan de constituirse en interesantes y hasta promotores de la fascinación frente a la expresión musical aludida.
Hace algún tiempo, leyendo el periódico El Mundo, publicado en Colombia, gracias al envío realizado porFernando Echavarría (EPD), encontramos un extenso artículo titulado "La Eclosión del Merengue", mediante el cual nos enteramos de que la imagen frecuentemente vendida, donde aparece el campesino dominicano bailando merengue, descalzo, con sombrero y con arma blanca al cinto, representa una mayúscula falsedad.
La afirmación es sustentada por Sergio Santana, miembro del Instituto Colombiano Benny Moré, quien en una parte de su brillante exposición periodística manifiesta:
"La representación gráfica para fines turísticos del campesino bailando el Merengue, descalzo, con machete a la cintura y sombrero puesto, es falsa".
Agrega, como razones justificativas, que "En las enramadas ("enramá"), bohíos con piso de superficie áspera, el Merengue se bailaba sin levantar los pies del suelo. De haber sido descalzos, muchos se hubieran lacerado las plantas de los pies. Las mujeres iban con zapatos de tacón y los hombres con zapatos o alpargatas".
Consultado sobre el particular, el folklorista Fradique Lizardo (EPD), se declaró de acuerdo con lo argumentado por Sergio Santana, en el prestigioso semanario colombiano, puesto en que estudios realizados por el investigador dominicano, en algunas regiones del país, ha podido constatar realidades que testifican tal aseveración.
"Lo primero a tener en consideración en este aspecto es que el merengue es un baile de pies y no de caderas como a veces quiere ofertar. Así como, no debe dejarse a un lado el que en las enramadas higiénicas, luego de ser apisonado el piso, éste se barría y luego se le lanzaba arena. Imagínense lo que había de suceder si el merengue hubiese sido bailado descalzo; de seguro que hasta candela sacarían los pies", puntualizó el maestro Lizardo con su peculiar parsimonia.
En cuanto al momento y la vestimenta que utilizaban los asiduos bailadores del merengue, principalmente en la zona Norte de la República Dominicana, el maestro Rafael Solano, en su obra "Dos Siglos: Música y Músicos del Merengue", es preciso y sustancioso cuando expresa que "Los campesinos cibaeños asistían a sus bailes dominicales de enramada, después de haber presenciado sus peleas de gallos; iban vestidos con sus mejores galas, las mujeres con zapatos de tacón bajo y los hombres con zapatos o alpargatas".
El reputado músico y compositor dominicano destaca de inmediato, cómo discurría el encuentro festivo cuando, utilizando pocas palabras, subraya: "Estas fiestas duraban largas horas, se bailaba el repertorio de las danzas nativas, especialmente el merengue, y se escanciaba con prodigalidad el ron o aguardiente criollo; a menudo, terminaban a trompadas limpias".
En cuanto a la denominación dada al conjunto musical que animaba la fiesta, precisa, que en los umbrales del Siglo XX empezó a recibir el no de "Perico Ripiao", al tiempo que refiere que fueron Manuel Marino Miniño y Julio César Paulino los primeros en traer a colación la historia sobre el mencionado calificativo, presentado ambos versiones que sólo difieren en sutilezas.
Miniño, tomando en cuenta a don Agustín –Tin– Pichardo como informante, residente en La Canela, Santiago de los Caballeros y compañero de infortunios del inolvidable Ñico Lora, expone: «Cuando en 1932 aproximadamente, el merengue, con su acompañamiento original, penetra en la ciudad de Santiago de los Caballeros, lo hace a través de los estratos sociales más populares, en el barrio llamado «La Joya» (La Hoya), en un prostíbulo, sito en la calle Independencia, frente al Matadero de esa época. Este lugar se llamaba el «Perico Ripiao», término que equivalía en el lenguaje popular, a «ripiar a un perico» léase «cohabitar con una prostituta». Este local tenía piso de tierra, por este motivo, tiempo más tarde le llamaron el Polvazo. Pues en este lugar, ese primitivo conjunto obtuvo un éxito enorme y, las personas que no eran de Santiago ni cibaeñas, identificaron los instrumentos por el nombre del lugar. Decían cuando querían pasar una noche de juerga y parranda, vamos a bailar el Perico Ripiao. El uso y costumbre impuso el nombre y desde esa época, a ese típico conjunto se le llamó Perico Ripiao.» (Los Merengues de Luis Alberti, página 39).
En cambio, el acucioso investigador musicólogo dominicano, Julio César Paulino expone la génesis del nombre de esta forma: «El nombre de perico ripiao surge al principio de 1900, allá en Santiago de los Caballeros. La versión más socorrida dice que estaban haciendo un sancocho con unos pericos que habían cazado y que los pericos no se ablandaron y tuvieron que ripiarlos. Pero eso es falso de toda falsedad. El nombre perico ripiao se le da a ese conjunto por un cabaret, un prostíbulo que había frente al matadero viejo de Santiago y ahí amenizaba las fiestas un conjunto de esos. Esas mujeres –que lamentablemente, por la necesidad tenían que vender su cuerpo a cambio de dinero, decían, cuando los hombres terminaban de complacerse sexualmente: "ripié ese perico", "déjame ripiar este perico"; o bien cuando llegaban, "ahí viene uno, déjame ripiar este perico..." El "perico" que esas prostitutas "ripiaban" era el cliente de turno; entonces esa voz comenzó a propagarse. Como ahí, en ese lugar, siempre tocaba un conjuntico típico con güira, tambora y acordeón, ese nombre pasó al argot popular: "vamos pa´llá, p´al perico ripiao". Y de ahí le queda el nombre a todos los conjuntos típicos dominicanos. Ésta es la verdadera historia.»
"A todo el que iba a una fiesta lo desarmaban en la entrada del lugar a fin de evitar encontronazos o escenificación de hechos que pudiesen terminar en sangre. Al final, las armas eran devueltas a sus propietarios. Por eso, entre otras cosas, créanme que no entiendo para qué se representa, gráficamente, al campesino bailando merengue con un machete en la cintura", apunta el profesor Fradique Lizardo dando muestra de preocupación.
De acuerdo al hoy fenecido folklorista dominicano, estas son cosas que suceden y continuarán produciéndose hasta tanto no surgiera, en la República Dominicana, un auténtico Instituto Nacional del Folklore donde se analice y formen a las personas verdaderamente interesadas en el conocimiento de las costumbres, bailes, creencias y tradiciones que conforman las raíces que hablan de la identidad de nuestro pueblo.
Concomitantemente con la aparición del organismo mencionado, el profesor Lizardo agrega que es urgente la definición y puesta en ejecución de una coherente política cultural por parte del sector oficial a fin de que se haga evidente, el estímulo y preocupación de las entidades estatales por el rescate, preservación y proyección de la cultura dominicana.
Se podría estar a favor o en contra con lo expuesto, tanto por Sergio Santana como por el acucioso folclorista Fradique Lizardo, pero lo cierto es que siempre será necesario que la verdad histórica sobre nuestros ritmos musicales salga a relucir.
En ese tenor nos movemos y es ahí, precisamente, la razón de lo expuesto en los párrafos anteriores.