Profetas de catástrofes
Un eco recurrente en nuestra sociedad
En su presentación semanal ante la prensa, el presidente Abinader hizo alusión a un personaje que suele aparecer con frecuencia en nuestra vida política. Es una figura recurrente que emerge como un eco persistente: el profeta de catástrofes.
Este personaje, con una convicción casi inquebrantable, pinta un cuadro sombrío de la realidad nacional. Para él, cada noticia, cada hecho, es un presagio de desgracia. Sus afirmaciones circulan en tertulias de colmadones, redes sociales, programas de comentarios y conversaciones casuales: "la economía está en el suelo", "el pollo no hay quien lo compre de caro", "la comida está por las nubes", "los hospitales están colapsados", "las escuelas están destruidas". Lo curioso es que, incluso cuando las cifras oficiales y los informes de organismos internacionales como el Banco Mundial o la FAO muestran estabilidad y tendencias positivas, su narrativa no se debilita, sino que se torna más audaz y agresiva.
Este fenómeno tiene raíces profundas. Una de ellas es la brecha entre la percepción y la realidad estadística. Aunque los indicadores macroeconómicos reflejen crecimiento o reducción de la pobreza, la experiencia individual puede no coincidir. La inflación, por ejemplo, aunque contenida en términos generales, se siente en el bolsillo de una familia al comprar lo básico. Del mismo modo, una mejora en la calidad de los servicios de salud no elimina la frustración de quien espera horas en la emergencia de un hospital público. Esa discrepancia crea un terreno fértil para el pesimismo, aprovechado por el profeta de catástrofes, que sabe que las vivencias personales suelen eclipsar los datos fríos.
Estos profetas se alimentan de la desinformación y de la velocidad con que circulan las noticias falsas. En el mundo digital una afirmación sin sustento se comparte a la velocidad del rayo, mientras la corrección avanza a paso de tortuga. Así se refuerza un ciclo vicioso de pesimismo.
La falta de pensamiento crítico, el sensacionalismo de los titulares y nuestra inclinación a enfocarnos en lo negativo también alimentan ese discurso. Es más fácil creer que "todo anda mal" que detenerse a analizar los datos y las distintas aristas de un problema.
En un país como el nuestro, donde los partidos políticos no invierten ni dinero ni tiempo en educar a sus seguidores en asuntos cívicos, y prefieren, con tres años de anticipación, lanzarse a definir candidaturas, se deja de lado la formación ciudadana que tanto se necesita para enfrentar los tiempos convulsos que vivimos.
El gobierno actual, como los anteriores y los que vendrán, tendrá que lidiar con esos profetas del desastre mientras no impulse programas de educación financiera que ayuden a interpretar la realidad económica y social. Igualmente, sería necesario instaurar un plan de educación cívica, utilizando espacios en radio y televisión para difundir historias de éxito, iniciativas comunitarias positivas y herramientas democráticas que fortalezcan la comprensión del sistema.
Los profetas de catástrofes buscan hundirnos en una desesperanza paralizante. Frente a ellos, debemos buscar equilibrio: reconocer los problemas con honestidad, celebrar los avances y participar en la construcción de soluciones. El país no es un desastre; es una obra en progreso, con imperfecciones y también con momentos de gloria. Seamos arquitectos de la esperanza, no profetas del desastre.