¿Terrorismo camaleónico con semáforos apagados?
Si terror buscamos, el cruce de la 27 con Churchill al mediodía ofrece más adrenalina que cualquier expediente judicial
En Santo Domingo, los semáforos dan tanto miedo que los motoristas se comen la luz roja con más confianza que quien se bebe un cafecito colado en la calle. No se indigestan. Ni sudan. Ni tiemblan. Si terror buscamos, el cruce de la 27 con Churchill al mediodía ofrece más adrenalina que cualquier expediente judicial. Ahí sí que hay sujetos capaces de amedrentar. Con un giro súbito, un bocinazo homicida y la certeza filosófica de que la ley es apenas un rumor.
Partamos de esa experiencia cotidiana y pongamos en contexto la palabra terrorismo, que el Ministerio Público ha decidido invocar en la Operación Camaleón. Sí, el caso parece serio, pese a la presunción de inocencia. De probarse lo descrito, merecerá castigo ejemplar. Pero de ahí a sugerir que un apagón de semáforos —en una ciudad donde eso pasa más que el camión de la basura en Santo Domingo Este— constituye un acto de intimidación colectiva... bueno, conviene no confundir miedo con molestia, ni desorden con pánico.
El Ministerio Público, que gusta de expedientes kilométricos, corre un riesgo tan cierto como este refrán: quien mucho abarca, poco aprieta. El exceso retórico puede impresionar titulares, pero no convencerá a jueces honestos. El país necesita casos sólidos, no epopeyas procesales; condenas sostenibles, no conceptos inflados por entusiasmo punitivo. Castiguemos lo que haya que castigar sin alargar procesos, sin mañas jurídicas. Pero también sin disfraces heroicos ni aspiraciones poéticas. Que el coro de papeles no nos haga perder el compás de la proporcionalidad. Porque justicia que busca parecer más severa de lo que puede probar, termina pareciendo otra cosa: teatro. Bastante teatro tenemos en cada esquina con un semáforo... y un motorista decidido a reinterpretar el código vial a su antojo.

Aníbal de Castro