La lección argentina
Las recientes elecciones marcan un viraje aún más pronunciado hacia el conservadurismo
Puede que Argentina nos dé una lección. No tanto por lo que ha elegido, sino por lo que ha dejado atrás. Las recientes elecciones marcan un viraje aún más pronunciado hacia el conservadurismo, impulsado por una sociedad que parece agotada de la retórica y las promesas de los Estados benefactores. Detrás de cada voto hay un hartazgo acumulado. Un cansancio de políticas clientelares que se disfrazan de justicia social, de subsidios que anestesian en lugar de liberar, de una burocracia que consume más de lo que produce.
El cansancio, cuando se vuelve conciencia, se transforma en impulso de cambio. En ese sentido, la ola conservadora que crece en la región es menos un retroceso ideológico que una reacción a la ineficiencia del modelo anterior. Las sociedades no votan teorías: votan resultados. Y si los resultados son la inflación, la inseguridad y la corrupción, la fe en los discursos igualitarios se desvanece.
Las prácticas clientelares son el semillero de la corrupción y de la anemia de las instituciones. El espíritu de resiliencia se resiente por las políticas de los bonos graciosos, indiscriminados y oportunistas. No hay tal democracia que sobreviva endeudándose para regalar y no para producir más.
Quizás la lección argentina sea esa: los pueblos no se vuelven de derecha o de izquierda, se vuelven impacientes. Cuando el Estado deja de cumplir su parte del pacto, los ciudadanos buscan su propia salvación. La política, entonces, se vuelve espejo y devuelve la imagen de una sociedad que exige menos relato y más responsabilidad. Si algo puede salvar a la democracia es la madurez de reconocer sus excesos y rectificar a tiempo. Porque la libertad, sin disciplina, se disuelve; y el bienestar, sin esfuerzo, termina siendo deuda.

Aníbal de Castro