El barco y la brújula
El dilema de la libertad de expresión
En Punta Cana, la Sociedad Interamericana de Prensa volvió a poner el dedo en la llaga. La libertad de prensa en el continente se parece a un barco a punto de naufragar. Las noticias son desalentadoras, los periodistas viven bajo amenaza, y en demasiados países informar es una forma de valentía. Desde Nicaragua hasta Perú, desde México hasta Haití, el oficio se ejerce a riesgo de la vida, y cada día alguien más se ve forzado al exilio por escribir la verdad.
Paradójicamente, en la República Dominicana el paisaje es otro. Debemos felicitarnos sin olvidar, como dijo el presidente Abinader en el discurso de apertura, que detrás de nuestras libertades hay una historia de luchas y sacrificios. Aquí el periodismo navega sin censura ni persecución; tanto que la línea entre libertad y libertinaje se ha vuelto borrosa. Las redes sociales han multiplicado las voces, pero también los gritos. La desinformación, la injuria y la manipulación se disfrazan de opinión y hacen del espacio público una jungla donde cualquiera puede difamar sin consecuencias.
Esa abundancia sin responsabilidad plantea un dilema moral. ¿Cómo defender la libertad de expresión sin permitir que se degrade en impunidad digital? No se trata de imponer mordazas ni controles estatales, sino de rescatar una ética propia del oficio —una autoética, si se quiere— que recuerde que la palabra pública es un bien común, no un arma.
La libertad de prensa no se sostiene solo con leyes ni con declaraciones de principios. Necesita brújula. Esa brújula es la conciencia ciudadana de cada usuario del ecosistema digital, el respeto al otro, el compromiso con la verdad. Porque el barco puede resistir la tormenta solo si no olvida hacia dónde navega.