Pro-business con equilibrio
Uno de los ángulos menos destacados de la actual administración es su convicción pro-business
Uno de los ángulos menos destacados de la actual administración es su convicción pro-business. No es que gobiernos anteriores no se hayan acercado al empresariado o reconocido su peso, pero el presidente Abinader lo ha hecho con un convencimiento distinto.
Se diría que no le queda de otra, al provenir de una familia de empresarios. Sin embargo, esa explicación resulta insuficiente. Lo relevante no es la procedencia sino la claridad en el pensamiento: la riqueza se crea en el sector privado y es ahí donde deben asentarse las bases del desarrollo.
Esa convicción ha tenido una contrapartida. La cercanía con el mundo empresarial no se ha traducido en un entreguismo ciego. La administración ha procurado un equilibrio entre las pretensiones legítimas de los empresarios y el interés común.
La agenda de inversión y de apertura a nuevos negocios se acompaña de un discurso, todavía en deuda en lo práctico, de justicia social, equidad y fortalecimiento institucional. La idea es clara. Si el sector privado prospera, el Estado recauda y redistribuye. Si la redistribución funciona, la democracia se fortalece.
Ese razonamiento exige coherencia. Quien defiende el rol central del sector privado debe a la vez podar la fronda del Estado, recortar la grasa acumulada, erradicar el clientelismo que convierte al aparato público en refugio improductivo.
Un pro-business auténtico no tolera un Estado hipertrofiado que gasta más de lo que recauda ni que malversa en beneficio de partidos y allegados.
La apuesta de esta administración es riesgosa pero necesaria. Debe confiar en la capacidad creadora del empresariado sin renunciar a la responsabilidad de asegurar que la prosperidad sea compartida. El desafío está en que el discurso no se pierda en el ruido de las urgencias políticas.