El desafío de gobernar con cuentas frágiles
El dilema de Magín Díaz, administrar la crisis que predijo
La designación de Magín Díaz como ministro de Hacienda incorpora al gobierno a uno de los más lúcidos y persistentes críticos del manejo fiscal de los últimos años. Hasta hace poco, Díaz hablaba con claridad y sin ambages sobre los riesgos de una economía que avanzaba sin reforma fiscal, sostenida por deuda creciente, con una inversión pública en declive y un presupuesto cada vez más comprometido por el servicio de esa misma deuda. Ahora le toca, desde el centro mismo del huracán, lidiar con el panorama que él mismo diagnosticó con rigor y preocupación.
No será fácil. La situación fiscal se parece más a un recipiente agrietado que a un sistema robusto: déficits estructurales, tasas de interés que ahogan el crédito y encarecen el financiamiento, un crecimiento que pierde ímpetu y un Estado con escaso margen de maniobra. La inversión pública, herramienta clave para dinamizar la economía y reducir desigualdades, ha quedado relegada ante la presión de gastos corrientes y pagos financieros.
El mayor reto no será técnico —Díaz tiene sobrada experiencia para liderar un equipo coherente—, sino político. Porque deberá administrar la escasez en medio de una apuesta gubernamental por el statu quo, sin reforma tributaria, sin cambios profundos en el modelo fiscal. Es decir, con las manos atadas para modificar lo que él mismo señalaba como insostenible.
El nuevo ministro enfrenta un dilema delicado. Deberá ajustar sin romper, reformar sin reformar, administrar con solvencia un esquema que él ha descrito como agotado. Si logra avanzar, será por la vía del coraje y la persuasión, no solo por la pericia. Y si fracasa, dejará una lección aún más severa: que la lucidez fuera del poder no basta cuando las resistencias dentro del poder se mantienen intactas.