Langostinos: precursores de la acuicultura que persisten, pese a retos
Solo dos granjas producen este cultivo en la República Dominicana en la actualidad, hasta donde se tiene registro

Cada semana desde hace 32 años, Corinne Misson entrega a restaurantes y hoteles de la costa norte, Punta Cana y Santo Domingo, los langostinos frescos que ha cosechado de su finca en Copeyito, provincia María Trinidad Sánchez.
Desde allí, sostiene un negocio que pese a la alta demanda del turismo, es cada vez más escaso: su granja es una de apenas dos que aún producen langostinos de río en todo el país.
Popularmente conocido como "camarón de río", el langostino fue uno de los primeros cultivos con los cuales comenzó la acuicultura para fines comerciales en la República Dominicana en la década de los 80, con un rendimiento que para entonces rondaba las 82,500 libras al año.
Cuarenta y cuatro años después la producción sigue igual, promediando las 90,200 libras al año en el último cuatrienio, según se desprende de datos oficiales.
En ese mismo período, las importaciones de camarones pasaron 16.3 millones de dólares en el 2019 a 31.04 millones de dólares en el 2024, según Aduanas, por lo que decenas de productores, incapaces de competir, migraron a otros cultivos acuícolas más sencillos y rentables.
"Este es un país inmenso, con mucha tierra, agua y recursos para producir. Hay que fomentar la producción (...); el problema es que la mayoría de lo que se compra es importado, observó Misson al respecto.
Los volúmenes actuales de langostinos resultan ínfimos si se comparan con la tilapia, que entre el 2020 y el 2024 superó en promedio los 3.5 millones de libras anuales. Aunque se trata de un cultivo distinto —y que representa cerca del 90 % de la acuicultura nacional—, la diferencia ilustra el rezago del langostino frente a otros rubros acuícolas.
El cultivo que no prosperó como se esperaba
La siembra de langostinos de río en el país comenzó gracias a la asistencia técnica que Taiwán otorgó a Dominicana y otros países de América Central en los 80 con el objetivo de contar con una especie de mayor crecimiento, menos agresiva y económicamente más viable que las de camarones nativos de la región.
De todas las naciones que intentaron sembrar este cultivo, solo la República Dominicana logró su inserción exitosa para fines comerciales, según reseñan la Organización Mundial de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y el Instituto Dominicano de Investigaciones Agropecuarias y Forestales (Idiaf).
Misson, quien es belga y llegó a la República Dominicana en 1993, incursionó junto a su esposo en ese entonces, el francés Richard Leclerc, en un cultivo que "parecía interesante" por ser incipiente y prometer rentabilidad.
"Habían varios proyectos en el país entero, proyectos quebrados que estudiamos mucho para saber por qué, para no cometer el mismo error. Y nos pareció un producto interesante", afirma la agrónoma de profesión, quien asegura "pasó de todo" para mantener, hasta el día de hoy, un producto de alta calidad cosechado a muy baja densidad –seis langostino por metro cuadrado– para suplir lo que su clientela –marcas hoteleras y restaurantes de alta gama– demandan.
Sin capital propio y sin acceso a financiamiento, los pequeños productores que intentaron prosperar en ese cultivo tuvieron una experiencia distinta, de acuerdo al Idiaf: los eventos catastróficos –como huracanes y tornados–, el alto costo de producción y la dificultad de acceder a créditos diferenciados, hizo que la mayoría de los acuicultores locales abandonaran la producción a nivel nacional, según una publicación de la entidad que data del 2007.
Fue justo en ese año cuando las tormentas Olga y Noel frustraron la producción de langostinos de Florentino Ventura, un pequeño acuicultor que sembraba en Copeyito desde el 2000.
"Perdimos todo, quedamos en cero", afirmó el productor, quien se quedó sin un importante cliente de Punta Cana que tenía en aquel momento que comenzó a importar camarones, porque le salían más baratos.
El dilema con las importaciones
Desde entonces, retomar los langostinos para Ventura nunca fue igual: intentó continuar con sus propios medios y capital, pero "no había a quien vendérselo". La importación de cola de camarón competía: si en ese entonces vendía la libra de langostinos enteros a 135 pesos, la cola de camarón marino importado costaba solo 60 pesos.
intentó mantener como pudo la producción, junto a otros cultivos como tilapia y mero basa. Pero las restricciones de la pandemia en el 2020 representaron un duro golpe para su granja. Aseguró que los préstamos a tasa cero facilitaron aún más las importaciones de camarones y de tilapias, en un contexto en el que los alimentos para crustáceos y peces –que representan el 60 % del costo de producción en la acuicultura– se dispararon.
Los langostinos son crustáceos que toman dos meses en su fase larvaria y post larvaria, y alrededor de cuatro meses para su cosecha, por lo que un acuicultor necesita al menos ocho meses de inversión para ver la primera entrada. Carecer de un mercado seguro al cual venderle compromete la sostenibilidad económica de un proyecto de esta naturaleza.

Ante esta situación, e impedido de poder continuar por sí mismo la acuicultura tras perder una pierna por la diabetes hace varios años, Ventura se apoya en familiares y conocidos. Vive del ganado y en sus estanques, muchos de ellos entre la maleza, solo cuentan con unas 2,000 tilapias que cría para consumir y vender a la misma gente de la zona.
La solución a las importaciones no es tan sencilla como detenerlas, precisó el director de Recursos Pesqueros de Codopesca, Ángel Luis Franco, quien aseguró que las variedades que se producen en el país no se importan.
"Los otros camarones, como los de agua salada, no se producen en la República Dominicana. Nosotros no tenemos la facultad, la potestad, de poder frenar esa importación, porque entraríamos en un tema de comercio desleal frente a la Organización Mundial del Comercio si el importador pusiese alguna demanda contra el país referente a eso", aseveró.
Dependiendo el tamaño, Misson vende la libra de langostinos entre 250 y 320 pesos la libra sin impuestos, ya que es un producto gravado. "Mi precio es mucho mayor al del camarón importado, claro, pero hay gente que entiende que vale la pena", manifestó.
Un mercado con más potencial en el turismo
Richard Leclerc, ex esposo de Corinne y fundador de Gambas del Caribe en Bayaguana, provincia Monte Planta, llegó a producir hasta 150,000 libras anuales de langostinos para suplirle a los hoteles de la costa este.
Aún así, su experiencia para comercializarlo fue "bastante difícil", desistiendo en el 2010 y concentrándose en producir tilapias, carpas, pacús y mero basa, el principal producto al que está apostando su granja ahora mismo.
Reconoce que es un crustáceo distinto, en sabor y textura, al que los dominicanos están acostumbrados, como el camarón de mar que se pesca en el municipio de Sánchez, provincia Samaná.
"No es un camarón que corresponde bien a los hábitos de cocina de los dominicanos. Hay gente que le gusta, por supuesto, pero no es tan fácil la introducción del camarón. Es un camarón que es bien grande, pero tiene la cola más pequeña que la cabeza, el sabor es más en la cabeza que en la cola... y no aguantan bien la congelación. Si no está hecho de buena forma, se daña la carne. Y no se puede cocinar demasiado", sostuvo.
En esto coincide el gerente general de Tilmax Dominicana, Rodrigo del Río, cuya granja acuícola está a 30 minutos de distancia de Gambas del Caribe.

Asentado en Bayaguana, del Río retomó hace seis años la producción de langostinos que la finca que administra llegó a producir en la década de los 90, cuando estaba al frente del acuicultor Máximo Nicolás.
Es la segunda granja, hasta donde se tiene registro, que mantiene viva la producción de langostinos. De momento, del Río produce menos de 1,000 libras, ya que está más concentrado en vender las post larvas de los langostinos a otros productores, amigos y conocidos, así como semillas de otras especies, como mero basa y pacú.

Su objetivo es el de diversificar los cultivos de la granja –en la que tiene tilapias y carpas– y encontrarles mercado también en el sector turismo, donde entiende que está el mayor potencial, ya que el mercado de langostinos en este segmento "está virgen".
"Solamente con la cadena de hoteles que hay aquí, y la cantidad de turistas que vienen acá, ya está listo el mercado. Pero, no es tan fácil", reconoció.
Lamentó que las autoridades carezcan de estrategias que encadenen las demandas de los restaurantes con las iniciativas de los acuicultores, en un contexto en que la llegada de turistas garantiza una demanda permanente de productos acuícolas.
"No veo un acercamiento potente, simplemente como que están cumpliendo con sus funciones (...). Ayudan a pequeños productores, pero no a ese salto grande de aumentar una producción, como país, de que se note en libras, en el producto interno bruto. Todavía no", puntualizó.
Es por eso que considera que los acuicultores deberían unirse para generar un volumen capaz de abastecer a hoteles y restaurantes turísticos. "Es un negocio redondo", asevera, pero requiere compromiso. "Sin constancia, no hay negocio", zanjó.
Franco aseguró que el Consejo Dominicano de Pesca y Acuicultura actualmente se encuentra en una fase de "levantamiento" de datos, tanto de aquellas fincas que detuvieron su producción, como de granjas acuícolas que podrían tener las condiciones de suelo y climáticas para retomar una producción que de por sí es delicada y costosa, pero la cual se puede sobrellevar con policultivos como la tilapia o la carpa.
Indicó que este proceso no es sencillo, ya que muchos estanques son de geomembranas y el camarón se suele producir en estanques de tierra lineales. Aún así, considera que si los productores que cuentan con las condiciones se animan, retomarlo sería viable.