Atabales de Hato Mayor: una tradición que se niega a morir
Al ritmo de los atabales: la tradición de "los palos" se remonta al siglo XVI
En la actualidad hay cerca de 100 grupos en el país
Las extensas llanuras de la provincia de Hato Mayor guardan una historia. Mientras los hacendados españoles descansaban en las amplias casonas de los hatos ganaderos, los negros esclavos que vivían en las barricas se divertían en los pocos ratos libres al ritmo de los palos o atabales.
Esas costumbres o parte de la cotidianidad en la entonces llamada isla La Española lograron sobrevivir a través del tiempo.
La herencia de la música africana y del baile que se generaba con el tocar de esos instrumentos de madera cubiertos con cuero de ganado pasó a través de los descendientes, los mulatos, los hijos de los negros y españoles.
Hoy, el tocar palos sumado a las salves se ha quedado afincado en el contexto religioso, el sincretismo, y tienen lugar en las zonas rurales y en los barrios humildes de la ciudad, aunque el elemento de percusión ha tenido influencia en la música popular criolla.
Surge una tradición
Todo comienza en el siglo XVI, cuando el rey Carlos V de España dona a Dávila y Padilla, un alto funcionario de la colonia, el Hato Mayor del Rey.
Aquella sabana iba desde el hoy municipio de Guerra, en la provincia de Santo Domingo, hasta Hato Mayor y El Seibo. En la época de 1530 fue el hato más grande de la isla.
Por herencia pasa a la familia Coca y Landeche, y en el siglo XIX a la familia Mercedes de la Rocha, que dona los terrenos para crear el pueblo de Hato Mayor del Rey, que es el municipio cabecera de la provincia.
El profesor, escritor e investigador Bolívar Troncoso, con vasta experiencia indagando en el origen y la evolución de la población dominicana, sus tradiciones y el turismo, cuenta que no se puede hablar de la historia de Hato Mayor sin los atabales.
"En esa época los negros esclavos ya no estaban encadenados. Había fracasado la industria azucarera y estaban al cuidado del ganado o los hatos, porque hato ganadero es una redundancia", explica el maestro en una entrevista con Diario Libre desde su oficina en la Universidad O&M, donde es docente y director de la escuela de Turismo.
Esos esclavos recorrían las tierras a caballo. Les asignaron viviendas y conucos para formar su familia. Al caer la noche, relata, los hombres tocaban y las mujeres negras, voluptuosas, con su particular vestimenta, bailaban al ritmo de los palos.
Con el origen o la costumbre de los atabales vinieron las salves.
Los españoles, que eran los dueños de la hacienda, observaban aquella ´fiesta´ y les causaba curiosidad. Ellos iban donde los negros esclavos y les pedían que tocaran su música para ellos entretenerse. En las crónicas antiguas se cita que las negras eran de bailes muy seductores.
Las salves: canto a los santos
Bolívar Troncoso narra que las salves no son más que cantos con instrumentos de palo o de percusión elevados a los santos católicos. Se toca con los palos, pero con letras religiosas. Esas salves se hacían en un altar y también dentro de una enramada para adorar a los santos católicos.
En la actualidad la forma es la misma.
En un ritual dentro de la vivienda está el altar donde se ora y se canta, mientras que afuera, en la enramada, están el atabal y el acahuete, los nombres de los instrumentos. La gente danza, come y bebe alcohol.
Otro instrumento de las salves, además de los mencionados, es uno hecho de madera y cuero más pequeño. Pero el principal es el pandero.
El profesor subraya que muchas veces el pandero es de cuero de chivo porque ese suena mejor, es decir, el sonido es más escandaloso.
Para el autor de una veintena de libros, entre ellos "Geografía del turismo en República Dominicana", la forma del ritual es lo que lo convirtió en dos expresiones dominicanas heredadas.
"Las salves, aunque son católicas y vienen de la era medieval de España, no se tocaban con los instrumentos de percusión como aquí; y la segunda expresión folclórico-musical, los palos o atabales, vienen desde África".
En efecto, dice, "históricamente en nuestra provincia hay una tradición de los palos o atabales".
Para el folclorista Roldán Mármol los palos son un ritmo nacional. "Yo siempre he sostenido que los palos o atabales, por origen, son más ritmo nacional que el merengue".
Para evitar confusiones, explica: "El merengue surge en una región del país y se expande a nivel nacional a través de una comercialización y política cultural, especialmente en la dictadura trujillista. Los atabales tienen siglos existiendo y se mantienen desde antes del merengue".
La migración de los atabales
En el este y parte del sur continúa la tradición que se mezcla con los rituales mágico-religiosos. Fue el fin de la industria azucarera y el cimarronaje (la huida de los esclavos), que generó los asentamientos de los hatos.
Hoy día, San Juan es una de las provincias que tiene mayor tradición de los palos, en gran parte por la influencia de Papá Liborio Mateo y los Mellizos de Palma Sola.
San Juan, Azua, Baní, Ocoa, San Cristóbal, Sánchez Ramírez, Monte Plata, Hato Mayor y El Seibo son las provincias donde predomina.
En Sainaguá, un campo de San Cristóbal, se desarrolla el festival de palos y salves más antiguo del país. Y de la religión católica los fieles participan en los toros del Santo Cristo de los Milagros de Bayaguana y Los toros de la Virgen de la Altagracia.
Peregrinación hacia la Basílica de Higüey
El investigador abunda que los comisarios de la iglesia católica, que tienen dos organizaciones, una en Bayaguana y otra en Higuey, recolectan durante un año donaciones de toretes (toros machos enteros de un año o más de edad en levantamiento) y, cuando se consiguen, duran semanas trasladándose a esos dos lugares a donar los toros al Santo Cristo en Bayaguana y a la Virgen en Higüey.
En ese recorrido los que siguen la tradición van pernoctando y en cada casa de un comisario en la que se detengan, ahí están los altares y las enramadas para las salves y los palos. "Eso es lo que ha consolidado en la región Este las referidas expresiones folclóricas genuinas".
Según un inventario que está realizando el Instituto Geográfico Nacional del Ministerio de Economía, que dirige Troncoso, además del Consejo de Desarrollo Turístico de la Provincia de Hato Mayor (Codeprham), puede haber alrededor de 100 grupos de palos o atabales en todo el país.
¿Cómo han sobrevivido a través de los años?
Han pasado más de 300 años y los palos siguen. Se ha quedado en unos pocos quienes se niegan a que desaparezca mientras la mayoría de los lugareños donde predominan observan a los que practican con recelo.
A esto, el investigador responde: "Porque la descendencia de los esclavos son los mulatos con la unión del negro con el español. Y le ponen mulato en referencia a un mulo, como el animal en término despectivo. La conclusión es que aquí quedó predominando la población esclava y mulata, fundamentalmente en las zonas ganaderas".
Es el mulato el que hereda los atabales y la salve. Y, ciertamente, se ha quedado la tradición en esa clase que históricamente ha sido marginada.
Están en Los Toros de la Virgen, Los Toros del Santo Cristo, Papá Liborio en San Juan y de los Santos de Ocoa y de Baní, así como Monte Plata, Bayaguana, Cotuí, San Cristóbal y dondequiera que haya descendencia.
En la capital dominicana basta con ir a los Congos de Villa Mella, igual en Manoguayabo.
"El campesino luego se mudó a los pueblos y en la gran ciudad a los barrios pobres. Se oyen los palos en sectores pobres porque históricamente los marginados son los pobres, gente de color", afirma Troncoso.
El reconocido maestro que duró 35 años recorriendo cada rincón del país, en conjunto con la fundación Cofradía de José Roldán Mármol, realizan investigaciones con el Instituto Panamericano de Geografía e Historia, y que a su vez es un organismo especializado de la Organización de los Estados Americanos (OEA) con la finalidad de solicitar a la UNESCO la declaratoria patrimonial de las salves y los palos.
Para esto han contado con la asesoría del destacado antropólogo Dagoberto Tejeda.
A la par seguirán promoviendo la realización de diversos festivales para visibilizar el interés por los atabales en los jóvenes a pesar de que cada vez avejentan los cultores.
Segunda parte: Un viaje a Hato Mayor para descubrir la sonoridad de los palos.
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