La paradoja del cambio
Eliminar de tu vida la idea de que debes permanecer idéntico para ser válido o querido es uno de los mayores actos de libertad emocional que puedes regalarte

Hace unos días estuve leyendo sobre la paradoja del barco de Teseo, un antiguo dilema filosófico que ha viajado por siglos y que, de forma silenciosa, nos interpela más de lo que podamos creer.
La historia cuenta que había un barco, hecho completamente de madera, al que, con el tiempo, se le fueron reemplazando las piezas deterioradas: primero una tabla, luego otra, hasta que eventualmente ninguna parte del barco era la original.
Entonces surge la pregunta:
¿Sigue siendo el mismo barco... si ya no queda nada de lo que era al principio?
¿O es un barco completamente distinto, aunque conserve el nombre, el dueño y el mismo trayecto?
La paradoja no es solo sobre madera o estructuras; es sobre la identidad, sobre nosotros. Porque, aunque no lo notemos, cambiamos. A diario. A veces por elección, otras veces por necesidad. Pero lo hacemos.
Y, sin embargo, continuamente escuchamos frases como:
"Nunca cambies."
"Sigue siendo como eres."
"No pierdas tu esencia."
Frases que suenan como halagos y que vienen bien intencionadas de personas cercanas, pero que también pueden convertirse en anclas.
¿Y si cambiar no es perderte, sino encontrarte?
¿Y si lo más leal que puedes hacer contigo mismo es evolucionar?
Eliminar de tu vida la idea de que debes permanecer idéntico para ser válido o querido es uno de los mayores actos de libertad emocional que puedes regalarte. Cambiar te permite soltar lo que ya no te representa, lo que te limita o simplemente lo que ya no encaja con quién eres ahora.
Cambiar no es traicionarte.
Cambiar es aceptar que creces. Que te expandes. Que aprendes. Que tropiezas.
Y que, en ese proceso, te reconstruyes a cada paso.
No eres la misma persona que eras hace un año, ni siquiera hace tres meses, porque, al ser energía, también somos evolución constante.
Cicatrices emocionales: memoria del cuerpo o del alma
Tal vez ahora piensas distinto, te relacionas diferente, priorizas cosas nuevas que antes no parecían importar tanto. Incluso lo que te dolió, y te fracturó, ayudó a reconfigurarte.
Cómo se da la transformación
Desde la psicología, sabemos que la identidad no es una estructura fija, sino una construcción dinámica: se moldea con las experiencias, los vínculos, los logros, las pérdidas, las decisiones.
Cada vez que eliges ser más honesto contigo mismo, estás cambiando.
Cada vez que te permites sanar, madurar o reordenarte, estás creciendo.
Entonces... ¿Por qué querrías seguir siendo igual, cuando puedes ser mucho mejor?
El punto no es convertirte en otra persona para complacer al mundo.
El punto es convertirte en la versión de ti que más te guste habitar, que te haga sentir completo. Una que respete tus procesos, tu historia, tus ganas. Una que no se repita, sino que se renueve.
Como el barco de Teseo, quizás ya no tengas las mismas piezas.
Pero sigues navegando.
Y eso, también, es identidad.
Y recuerda siempre permitir que tu mente hable en voz alta.