Las mudanzas del uso
Cuando acudimos al diccionario para conocer el significado de una palabra nos conviene además saber si esa palabra está considerada vulgar o malsonante

Los diccionarios no solo guardan para nosotros palabras y significados; atesoran también información muy útil sobre el valor social que les dan los hablantes. Cuando acudimos a ellos para conocer el significado de una palabra nos conviene además saber si esa palabra está considerada vulgar o malsonante; desde luego puede ahorrarnos más de un bochorno.
Es práctico igualmente estar enterados de si una determinada voz solo se usa en situaciones en las que hablamos espontáneamente o si es preferible acudir a ella en un contexto que exige de nosotros cierta formalidad.
Como el espacio nunca sobra en un diccionario, al menos en los hasta ahora habituales en forma de libro de papel, los lexicógrafos hemos acudido tradicionalmente a las abreviaturas. De esta forma nos ahorramos unas cuantas letras y podemos darnos el lujo de incluir esta valiosa información.
Los que hacemos diccionarios las llamamos marcas. Siempre que usen uno, no pasen por alto estas marcas, porque condensan muchos datos que conviene conocer.
Entren a brechar
Pongamos por caso el Diccionario del español dominicano. En la mayoría de las acepciones no encontrarán esa marca que indica la valoración social. Y su ausencia también tiene su significado: los hablantes consideran esa acepción socialmente neutra. Es decir, que nadie les va a poner la cara colorada por sacarla a relucir.
Díganle a alguien afrentoso, azaroso, abusador, allantoso o aguajero y nadie los considerará malhablados. Si buscan en el diccionario, ninguno de estos adjetivos lleva marca de valoración social.
En otros muchos casos, hasta casi las trescientas, encontrarán una de las marcas que usamos en el DED para indicar la valoración social que los hablantes dominicanos otorgan a una acepción concreta de una palabra o de una expresión.
Cuando esta apreciación es negativa, la acepción estará marcada como vulgar (vulg.). De vuelta a los ejemplos, otro gallo nos cantará si tachamos a alguien, con perdón, de acoñado, besaculo, chupagrano, churrioso o comecica.
Ciertamente con estos adjetivos hemos alcanzado otro nivel, que llega a exigirnos incluso una disculpa cuando los usamos simplemente como ejemplos. No tanto en su significado (cuando hay que decirlo hay que decirlo), sino en el efecto social que producimos.
Todavía podemos escalar a un nivel más alto en la escala de lo inaceptable socialmente, en lo que a palabras y expresiones se refiere, cuando pronunciamos una palabra considerada impronunciable.
Están marcadas con la palabra tabú (tan cortita que no necesita abreviarse). Por supuesto, los hablantes las usan, pero están condicionadas por el entorno social, que puede llegar a sentirlas como ofensivas, de nuevo, no tanto por su significado, sino por el simple hecho de pronunciarlas.
Casi cuarenta de estas hay en nuestro diccionario. Precisamente por su condición de tabú se las voy a ahorrar en esta Eñe, pero no duden en buscarlas. Algunos, cada vez más escasos, se sonrojarán con ellas.
Otros se reconocerán. Otros, cada vez más, las usarán y, con el uso, puede que lleguen a suavizar o incluso a borrar esa valoración social extremadamente negativa de lo que se considera tabú.
Ya en su exótica etimología la voz tabú nos lo dice: en el polinesio tabú significaba ´lo prohibido´ (recuérdenme que algún día contemos su historia). Sin embargo, como casi todo en la lengua y en la vida, esta valoración no es inamovible ni eterna. Está sujeta a las mudanzas del uso.