Pecios misteriosos
El largo viaje de los afronegrismos hasta nuestro vocabulario
De la mano de la curiosidad que nos picó la semana pasada volvemos a navegar hoy por el mar de las palabras. En sus aguas inabarcables nos encontramos muy de vez en cuando con pequeños pecios misteriosos.
Los pecios son los restos que quedan de una nave que ha naufragado o del contenido que llevaba en sus bodegas. Nuestros pecios son las palabras de origen africano que atesora la lengua española.
Son restos de una nave cargada de hechos históricos crudos y vergonzosos, de un sufrimiento inmenso. Y al mismo tiempo son fragmentos de vida, pequeños tesoros que simbolizan la lucha por la libertad, que rezuman historias de supervivencia y mestizaje, historias de nuestra cultura.
No nos confiemos. Navegamos por aguas procelosas. La tormenta que las agita no es otra que nuestro escaso conocimiento de las lenguas africanas y de la historia de las palabras que nos dejaron. No son muchas voces, sobre todo si consideramos las proporciones del tráfico esclavista y su duración.
Los historiadores de nuestro léxico nos cuentan que la mayoría de las palabras de origen africano que conservan los textos antiguos ya no pertenecen a nuestro vocabulario cotidiano.
Decir bien los años
Las pocas que han resistido al filtro irrevocable de los años han experimentado un largo e intenso proceso de adaptación a nuestra lengua que logra que resulte difícil reconocerlas.
Por eso en esta Eñe hablaremos de algunos de estos afronegrismos, como llamamos los filólogos a estas palabras, con todas las reservas posibles. Ya Rafael Lapesa, el maestro de la historia de la lengua española, nos advertía de la incertidumbre etimológica respecto a muchas de estas voces.
Las más transparentes son aquellas con origen en un nombre de lugar africano.
Nuestros dulces guineos deben su nombre al del país africano llamado Guinea; así también nuestras guineas, de plumaje oscuro con tonos azulados y pequeñas manchas blancas, que eran conocidas como gallinas de Guinea o gallinas guineas.
La denominación de nuestra aromática malagueta, condimento muy apreciado que ha saltado a los calderos internacionales, ha viajado desde la Costa de Malagueta, en el golfo de Guinea.
También hay lugares reales que dan pie a expresiones populares para indicar lugares indeterminados y remotos. Si de lejanía se trata, preferimos estar en la quimbamba o en las quimbámbaras. El rastreo de su origen sigue pendiente, pero quién sabe si podría estar relacionado con la comuna angoleña de Quimbamba.
Aunque se sigue discutiendo su etimología, a la palabra que designa a nuestro ñame, de antigua presencia en el español, se le atribuye un origen congoleño.
No solo nos referimos con ella a la planta y a su tubérculo. Como registra el Diccionario del español dominicano, la creatividad popular la aplica también coloquialmente al pene, a los pies de gran tamaño y a la persona que muestra escasa formación o capacidad de razonamiento.
Solo un pequeño puñado de afronegrismos transparentes. Quizás todos lo son, pero tenemos tan pocas certezas que los filólogos solo nos atrevemos a apuntar hipótesis.
Nuestro desconocimiento de la inabarcable realidad lingüística africana, más profundo aún cuando se trata de la historia de estas lenguas, dificulta la filiación y oscurece la ruta que recorrieron hasta llegar a nuestras playas estos pecios misteriosos en el mar de las palabras.
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