¿A dónde vamos?
Hipocresía social impide acciones efectivas contra la polución en el país
La contaminación en República Dominicana es un problema vergonzoso para un país que vive del paisaje y del bienestar. Tanto en las áreas urbanas como en las rurales, la exposición continua a desechos sólidos, ruido constante y otras formas de polución compromete la calidad de vida de los ciudadanos, y las consecuencias se evidencian en los altos niveles de enfermedades vinculadas a la contaminación.
Sin embargo, cuando se actúa, sorprendentemente, los sectores afectados buscan los medios para boicotear las intenciones o ridiculizar las iniciativas. Por alguna razón, las bocinas en la vía pública no son un problema si las pongo yo; lo mismo ocurre con las propuestas que mueren en el Congreso porque afectan intereses.
Es el mismo principio: mano dura, si no es conmigo.
Solo véase cómo reaccionamos cuando un "guagüero" anda como chivo sin ley o un motorista circula por la acera. Pero encontramos justificaciones cuando el vehículo privado se estaciona sobre la acera o si los negocios en Piantini aparcan donde les da la gana.
Con la contaminación ambiental pasa igual. No se hace demasiado, pero nos lo repetimos tanto y hacemos tanto greenwashing que hemos terminado creyéndonos el cuento.
A bien, los datos de la encuesta ENHOGAR revelan que el 22.0 % de los hogares dominicanos sufre problemas de aguas estancadas o cañadas; el 19.8 %, de acumulación de basura; el 18.6 %, de ruido por música; el 15.4 %, por ruido de vehículos y talleres; el 8.3 % de los hogares rurales está afectado por contaminación de pocilgas o granjas; y el 5.3 %, por humos de fábricas.
Es evidente que estamos perpetuando el problema de la contaminación. Esto se traduce en la propagación de enfermedades, la proliferación de plagas y un deterioro general de las condiciones de vida.
O nos sentamos a hablar del tema en serio, o nos embromamos.