La crisis de la palabra en la República Dominicana
Cuando los compromisos valen menos que una excusa
En el año 2009, un amigo, excompañero de estudio de la primera maestría impartida en el CURSA/UASD, y exdirector de este alto centro de estudios, un buen día me motiva para que por fin sometiera a la Universidad el anteproyecto de investigación con miras a la redacción definitiva de la tesis correspondiente que por diversos motivos, y quizás también por descuido, no había presentado hasta ese momento. Tanto entusiasmo mostró en su aparente sentida sugerencia, que hasta se puso a la disposición para ofrecerme las orientaciones que yo pudiera necesitar. En tal virtud, me solicitó que tan pronto tuviera listo el texto del precitado anteproyecto, se lo enviara para evaluarlo y notificarme así las puntualizaciones pertinentes.
Vía correo electrónico, un año después, le envié copia del susodicho anteproyecto. Como veía que los días pasaban y no recibía respuestas, lo llamo y le pregunto si recibió el mensaje.
«-Sí, lo recibí – me contestó –. Tan pronto lo lea te llamo o te remito mis observaciones por la misma vía»
Todavía estoy esperando la llamada y las prometidas observaciones.
Sietes meses después, ya resuelto el problema, me encuentro con mi otrora condiscípulo. Un abrazo y un saludo afectuoso, pero acerca del anteproyecto de investigación: ni una sola palabra.
Otro amigo llama un viernes cualquiera y me dice:
«-Espérame mañana sábado, a las 9 a.m. que urgentemente necesito consultarte algo»
A pesar de que no podía esperarlo, por razones de compromisos laborales, lo hice, dado el carácter "urgente" del problema que lo afectaba. Esperé, esperé y esperé; pero mi «enllave» nunca llegó.
Al día siguiente, domingo, me encuentro con él en una de las playas de la costa norte de nuestro país. Se bañaba junto a su entonces prometida en las turbulentas y siempre frescas aguas del océano Atlántico. Tan pronto me vio, se acercó a mí, me saludó con inigualable cortesía, afecto y deferencia, y me habló de todo, menos del «plantón» que el día anterior me había dado. Ni una sola excusa, ni una sola palabra para justificar la falta cometida.
Al ver que no lo hizo, me vi obligado a recordarle su acto de irresponsabilidad:
«Créeme – le dije con inocultable ironía y no menos molestia - que te envidio, admiro y felicito de todo corazón. Los sinvergüenzas como tú, nunca sufren de hipertensión ni mueren del corazón...»
Casos como los antes citados se repiten diariamente, y su materialización pone de manifiesto un hecho bastante preocupante: la palabra, en República Dominicana, está muy, pero muy en crisis.
Ya pocos sienten orgullo o se interesan por cumplirla. La crisis de valores barrió con ella. Quedar bien o mal da lo mismo. Cumplir es lo mismo que incumplir. El culto a la palabra empeñada, que con tanta vehemencia nos enseñaron los mayores, hace tiempo se borró de nuestro universo mental. «Hay que salir del paso». «Hay que allantar». «Hay que vivir la vida». «Hay que evitar la fatiga». Hay que evitar, como recomiendan los estoicos, todo lo que nos provoque intranquilidad y desasosiego. La «Ataraxia» parece ser la palabra clave de la regla de juego de los nuevos tiempos.
Las excusas suplen el vacío de las palabras incumplidas; pero para los incumplidores, las excusas sólo valen o encuentran espacios en los cerebros inferiores.
Cada día que amanece comenzamos a operar como si estuviéramos dirigido por un ser invisible que durante todo el día nos repite: «Si puedes cumplir con tus palabras, hazlo. De lo contrario, no te mueras por eso...»
«Todo está en la palabra», escribió Pablo Neruda. Pero eso sería así en los tiempos del laureado chileno, poeta y Premio Nóbel de Literatura.
Hoy, en los tiempos de la globalización, postmodernos y del Hombre Light, el planteo nerudiano parece letras muertas. O tal vez tuvo parcialmente razón el brillante bardo, por cuanto como parte de ese «Todo...» que a su decir concentra la palabra, está todo lo negativo.