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Padre Arturo, mártir de la justicia

La historia del padre Arturo y su lucha por la justicia

El padre Arturo nació el 30 de octubre de 1932 en un pequeño pueblo de Nueva Escocia. Fue ordenado sacerdote el 19 de diciembre de 1959 y asignado a la Sociedad Scarboro de Misiones Extranjeras, llegando a nuestro país el 6 de octubre de 1960, justo cuando los dominicanos vivíamos los últimos días de la tiranía trujillista, que aleteaba como tiburón en fuga, ensañada contra una juventud cansada de tantos abusos y que contemplaba con dolor las torturas a los sobrevivientes de la gloriosa gesta del 14 de junio de 1959.

Para empeorar el panorama político que encontró el joven sacerdote, menos de dos meses después de su llegada ocurrió el asesinato de las hermanas Mirabal, símbolos de dignidad y resistencia, cuya valentía Trujillo no podía tolerar.

En enero de 1962 fue destinado a San José de Ocoa junto al padre Antonio Curcio. Eran hombres de visión, decididos a crear y transformar. Organizaron la Junta para el Desarrollo, que luego se convertiría en la Asociación para el Desarrollo de San José de Ocoa, una institución que aún hoy sirve con compromiso a la comunidad.

El padre Arturo concibió la creación de un centro educativo para la enseñanza de oficios técnicos, brindando oportunidades laborales a jóvenes ocoeños. Era un sembrador: veía en la juventud no un problema, sino una promesa. Por eso fundó ese centro que hoy, con orgullo y justicia, lleva su nombre. No lo hizo para ganar prestigio, sino para proporcionar herramientas. No aspiraba a formar solo obreros ni artistas, sino personas dignas, útiles y libres.

El 17 de diciembre de 1964, cinco meses antes de la Revolución de Abril, fue trasladado a Monte Plata. Al despedirse de Ocoa expresó: "Amo a este pueblo y su gente, pero la obediencia gana otra vez". No imaginaba que su destino estaba escrito con sangre en Monte Plata.

En apenas cuatro meses conquistó la buena voluntad de jóvenes y adultos. Extendía su mano a los más necesitados y organizó un grupo de estudio de la doctrina social de la Iglesia. Más de treinta jóvenes se reunían semanalmente para participar de estas conversaciones guiadas por el sacerdote.

El 24 de abril de 1965 estalló la revolución constitucionalista y, con ella, una brutal represión en Monte Plata. El 16 de junio, 37 jóvenes activistas de la parroquia fueron apresados y trasladados a la base aérea de San Isidro. No habían cometido ningún delito, solo expresaron públicamente su simpatía por la causa constitucionalista.

Ante las protestas, el jueves 17, día de Corpus Christi, el padre Arturo calmó los ánimos de los manifestantes y, durante la misa, condenó con firmeza los apresamientos. Acompañó a madres y esposas de los detenidos hasta la base aérea para intentar hablar con el general Elías Wessin y Wessin, sin éxito. Fue acusado de comunista y amenazado con la deportación. Sin embargo, logró que parte de los jóvenes fueran liberados.

El 22 de junio, día de su asesinato, al caer la tarde, un raso de apellido Restituyo se presentó en la casa curial mientras el sacerdote se disponía a tomar sus primeros alimentos tras una intensa jornada. Le pidió que lo acompañara a dar los santos óleos a un moribundo. El padre Arturo no lo dudó. Lo dejó todo. Salió en su vehículo junto a Restituyo, a quien se unió el teniente Evangelista Martínez. Enrumbaban hacia el cruce Yamasá–Sabana Grande de Boyá. Testigos afirmaron haber visto el jeep zigzaguear mientras se escuchaban voces en discusión. Luego, se oyeron disparos. El padre Arturo había sido asesinado.

Entonces ocurrió lo inesperado: un guardia que escuchó los disparos apareció en la escena del crimen y, con una ráfaga de ametralladora, mató a los asesinos del sacerdote.

No quedaron testigos.

El raso que disparó a los asesinos fue sometido a prisión por seis meses y luego descargado por haber actuado en defensa propia.

El padre Arturo tenía apenas 33 años.

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