Ay, Mamá Inés, los millennials solo beben café
El café como experiencia sensorial y sostenible
Parodié la vieja canción, mientras escuchaba los comentarios de expertos durante un evento del Centro de Comercio Internacional (ITC) y en los pasillos del World of Coffee celebrado recientemente en Ginebra. Los millennials —esos casi cuarentones—, la generación Z nacida con el siglo, y hasta los adolescentes de la generación Alfa, están reduciendo su consumo de alcohol y organizando "coffee parties" a cualquier hora: mañana, tarde o noche.
Este fenómeno no es exclusivo de los grandes mercados. En Ghana y en nuestras propias ciudades ya existen fiestas de café. Hoy el consumidor busca algo más en cada taza: experiencias sensoriales con aroma, sabor y una historia detrás. Un café que respete y proteja al productor, que conecte con sus valores y que enriquezca su día.
La industria cafetera mueve millones de consumidores en el mundo. La Unión Europea es el mayor consumidor global, seguida por Asia —la región donde más crece el consumo— y Estados Unidos. Es un buen momento para exportar café: la demanda se mantiene firme incluso en países de bajo crecimiento económico y se proyecta un incremento de más del 5 % hacia 2034.
Según la Organización Internacional del Café (ICO), existen unas 142 variedades, pero solo dos dominan el mercado: el robusta, consumido por un tercio de la población, y el arábica, de mayor aceptación y el que cultiva la República Dominicana. En los últimos años, los estantes de supermercados locales y tiendas especializadas han visto llegar nuevas marcas: desde pequeños productores artesanales hasta multinacionales latinoamericanas y europeas.
Aunque los grandes compradores prefieren el café verde, hay espacio para el café tostado si logra posicionarse en nichos específicos. La clave está en la diferenciación, y el primer paso es asegurar una calidad consistente. En algunos casos se puede optar por una denominación geográfica —como el exitoso ejemplo del café Valdesia, que multiplicó su precio— o construir una narrativa poderosa en torno a su origen, o al impacto comunitario como el caso del café Monte Bonito de la Fundación Sur Futuro.
Para competir internacionalmente se necesita calidad certificada y sostenida. Un modelo a seguir es el Blue Mountain de Jamaica, que alcanza precios premium gracias a su sabor distintivo y a una organización que regula el uso de su nombre hecho famoso en libros y películas.
Otro factor crucial es el empaque. Debe ser práctico y visualmente atractivo, tanto para turistas como para mercados internacionales. Ya existen empresas locales que tuestan y empacan con calidad bajo marcas llamativas. Hay que apoyar a más productores a lograrlo. No se trata de competir en volumen, sino en excelencia y diferenciación.
Una tendencia en alza son las suscripciones: consumidores que pagan mensualmente por recibir café especial o cajas con sabores variados. En las ventas online, el empaque atractivo puede marcar la diferencia, sobre todo si se vende en sitios especializados como Coffeevine o Bean Portal.
Podemos vender más café: a la Unión Europea, si están cumpliendo ya con las normativas de no deforestación; a Estados Unidos, donde tenemos una diáspora importante; a Asia, que crece cada año; y al Caribe, donde muchos países no producen café, pero reciben turistas que lo demandan.
El consumidor está cambiado. Es hora de vestirnos para la fiesta... al ritmo de congo y con una taza de café en la mano.