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Sobre el concepto de soberanía nacional

Soberanía vs. cooperación, el falso dilema que divide a República Dominicana

En el discurso público dominicano se ha afianzado una noción distorsionada e ingenua de la soberanía nacional que presenta al Estado como un sistema cerrado y reacio a cualquier forma de cooperación o articulación con el derecho internacional. Según esta visión, la soberanía equivale a la capacidad de los aparatos estatales, en especial del Poder Ejecutivo, para actuar sin restricciones, como si tratados, convenios o regímenes internacionales fueran amenazas a nuestra independencia.

Este enfoque está presente en los principales partidos del sistema político y es promovido, con vehemencia casi alérgica, por sectores neofascistas que han ganado terreno en la vida nacional. Incluso fue, hasta hace poco, la visión mayoritaria de las pasadas composiciones del Tribunal Constitucional, haciéndose notar en varias desafortunadas sentencias. Afortunadamente, la actual composición del tribunal parece haber relegado esa postura a una minoría. Sin embargo, su persistencia en nuestra sociedad se ve reforzada por la polarización política, el nacionalismo de ocasión y la amplificación tóxica que permiten las redes sociales en tiempos de inteligencia artificial.

Pero ¿qué es en realidad la soberanía nacional?

Apoyándonos en la perspectiva de Niklas Luhmann, una forma útil de definir la soberanía nacional es como la capacidad del sistema político de un Estado, concebido como un sistema autopoiético[1], operativamente cerrado, pero cognitivamente abierto, para observar y responder a los acontecimientos externos según sus propias normas internas y procesos de decisión. Estos procesos incluyen mecanismos institucionales, pero también la interacción de actores políticos, intereses de clase y las luchas entre proyectos hegemónicos y contrahegemónicos que definen el rumbo de la comunicación política. La soberanía se mantiene mientras el sistema preserve su autopoiesis, adaptándose al entorno dentro de los límites que imponen sus recursos y su posición geopolítica.

Todo Estado está, necesariamente, influenciado por eventos externos: comercio, derecho internacional, migración, cooperación, recursos, etc. Incluso potencias como Estados Unidos y China procesan esos estímulos desde su lógica interna, aunque constreñidos por ella y por sus propios recursos. Aunque hay Estados más y menos poderosos, la soberanía no es un juego de suma cero: los Estados menos poderosos pueden seguir siendo soberanos en la medida en que mantengan su capacidad de decisión conforme a sus propias normas y la dinámica política interna.

Solo amenazan la soberanía nacional aquellos fenómenos que anulan o restringen severamente la autopoiesis del Estado: una invasión extranjera, el uso ilegítimo de agentes externos para influir en la toma de decisiones (como ocurre con la corrupción trasnacional), la pérdida de capacidad agencial producto de actores insurgentes o criminales que limitan el poder del Estado, o una crisis institucional profunda que disuelva su autoridad y control territorial (como pasa en Haití, por ejemplo).

¿Choca la soberanía con el derecho internacional de los derechos humanos?

Obviamente no. Estos compromisos fueron asumidos soberanamente por el Estado dominicano e incorporados a nuestro ordenamiento jurídico, formando parte del bloque de constitucionalidad. Tampoco el sometimiento a tribunales internacionales ni el ajuste de normas internas conforme al derecho internacional suponen una cesión de soberanía: el Estado mantiene su capacidad de producir y reproducir sus decisiones conforme a su lógica interna y simplemente, se adapta a su ambiente para ser más eficiente en su interacción con ese ambiente.

Tampoco la cooperación internacional amenaza la soberanía. Los Estados, aunque operativamente cerrados, son cognitivamente abiertos: se comunican, aprenden y se transforman. Mientras esa transformación ocurra dentro de la dinámica interna del sistema político, incluso si conlleva cambios en sus normas, la autopoiesis se preserva.

¿Qué hay detrás de la visión ingenua de la soberanía?

Responde, principalmente, a un proyecto ultraconservador que busca frenar o revertir avances en derechos consagrados en instrumentos internacionales. También expresa una visión nativista y excluyente de la ciudadanía, que utiliza la soberanía como excusa para expulsar del demos a quienes considera ajenos, a los "condenados de la tierra", como los llamó Fanon: aquellos que no encajan en su idea cerrada y excluyente de nación. Esa visión ya ha llevado a la comisión de grandes crímenes en la historia de la humanidad, y está en el mejor interés de la democracia dominicana derrotarla en el discurso público y extirparla de las instituciones del Estado.

Pero además de su carga ideológica, esta noción ingenua de soberanía es profundamente perjudicial para el propio Estado, pues debilita su capacidad de adaptación y supervivencia en un entorno internacional interdependiente. En los términos de la teoría de sistemas, los Estados necesitan establecer acoplamientos estructurales con su entorno: con el derecho internacional, con el sistema económico global, con regímenes multilaterales, con otros Estados y con organizaciones internacionales. Estos acoplamientos no comprometen la soberanía, la hacen posible. Un Estado incapaz de acoplarse estructuralmente a su entorno se aísla, pierde capacidad de respuesta, se atrinchera en un formalismo inútil y termina erosionando su propia legitimidad y funcionalidad. Rechazar el diálogo, la cooperación y la asunción de compromisos internacionales no fortalece al Estado: lo condena a la irrelevancia o, peor aún, al autoritarismo. La defensa de la soberanía pasa hoy, más que nunca, por una comprensión compleja y relacional del Estado en el mundo.


[1] La autopoiesis se refiere a la capacidad de un sistema, puede ser un ser vivo o un sistema social como el Estado, de producirse y mantenerse creando sus propios componentes a través de procesos internos. En el caso del Estado estos procesos incluyen instituciones, normas, la política, la economía, etc.

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