¿Quién apaga el fuego? Una mirada urgente a la redistribución de la riqueza en República Dominicana
Salarios de hambre en un país de riqueza concentrada
En la República Dominicana del siglo XXI, hablar de desarrollo no puede limitarse a indicadores macroeconómicos ni a discursos optimistas sobre crecimiento del PIB. Debemos mirar hacia abajo, hacia los cimientos de la sociedad: los trabajadores invisibles, mal pagados y sistemáticamente olvidados. Es urgente que entremos en una nueva etapa donde se cuestione con firmeza la distribución de la riqueza, pues de lo contrario, seguiremos siendo una nación que avanza con un solo pie: el de la élite económica.
La canasta familiar promedio supera ya los RD$50,000 mensuales. ¿Cómo puede sobrevivir una familia obrera con salarios que no cubren ni siquiera la mitad de ese monto? ¿Qué país estamos construyendo cuando un bombero, cuyo deber es arriesgar su vida por los demás, recibe una compensación que no garantiza condiciones de vida dignas? ¿No es esto una forma moderna de esclavitud disfrazada de servicio público?
En este escenario, la oligarquía sigue siendo el eje alrededor del cual gira la toma de decisiones políticas y económicas. Se legisla con eficiencia para otorgar exenciones fiscales a grupos empresariales, pero con lentitud y muchas veces con indiferencia cuando se trata de mejorar el salario de quienes educan, limpian, sanan y protegen.
No se puede hablar de justicia social cuando el Estado transfiere riqueza al sector privado mediante políticas regresivas, mientras los sectores vulnerables apenas sobreviven. El crecimiento que tanto se promueve desde el oficialismo se concentra en las zonas turísticas, en el sector construcción y en los informes de organismos multilaterales, pero no llega a los barrios, ni a las comunidades campesinas, ni a las familias que viven con ansiedad el alza constante del arroz, el pollo o el gas.
La gran pregunta es: ¿quién apaga el fuego? No sólo el fuego literal de un incendio, sino el simbólico: el fuego de la pobreza, del hambre, de la desigualdad. ¿Quién apaga el fuego cuando un niño no puede ir a la escuela porque su familia no tiene para el pasaje ni para el desayuno? ¿Quién apaga el fuego cuando una enfermera trabaja tres turnos para sostener a sus hijos y aún así no puede salir de la pobreza?
El país necesita un giro en la orientación de sus políticas públicas. No basta con discursos sobre reformas. Hace falta voluntad para garantizar una distribución más equitativa del ingreso nacional. Hay que romper con el modelo económico que concentra los beneficios en manos de unos pocos y margina a quienes lo sostienen desde abajo.
Es hora de que el Estado reconozca que el progreso real no se mide solo en torres y carreteras, sino en dignidad humana, en justicia social, en salarios justos y condiciones laborales decentes. Porque si seguimos ignorando a quienes apagan el fuego... llegará un día en que no habrá nadie que lo apague.