¿Periodismo o literatura? Un caso en la frontera
Cuando la verdad se parece a la literatura, el dilema del periodismo narrativo

Nada más escuchar que llega el bus de migración, Ruth esconde como puede a sus hijos pequeños y se tumba en la cama. Ya sabe lo que van a hacerle. Las violaciones —no recuerda cuántas van— han sido la moneda de cambio insustituible para que los agentes de migración no la deporten de nuevo a Haití, de donde salió por la violencia y la pobreza extrema hace cinco años. A veces se orina de solo escuchar el motor y otras "deja que pase rápido". Cualquier cosa es mejor que volver a su país, incluida esta diminuta habitación de madera y zinc donde da su testimonio de forma anónima en el humilde barrio de Kosovo, a 15 minutos de los hoteles y catamaranes de lujo de Punta Cana que cada año abren sus puertas a millones de turistas en busca de un todo incluido cerca del mar. Un paraíso que en parte está sostenido por quienes hoy están siendo perseguidos y violentados.
El fragmento presentado, extraído de un reportaje digital reciente en El País, parece a primera vista un cuento desgarrador. La escena de una mujer que se orina del miedo al oír un motor, que se acuesta a esperar su violación, que ha hecho de ese acto la condición para no ser deportada, sacude al lector desde la primera línea. El texto es tan fuerte —por su contenido y por su forma— que parece literatura, pero pretende ser periodismo.
Y ahí está el dilema.
¿Ficción o realidad?
En términos éticos y profesionales, el periodismo trabaja con hechos verificables. No puede inventar, pero sí puede, y debe, narrar. El uso de técnicas narrativas no convierte automáticamente un texto en ficción, siempre que lo relatado sea cierto, comprobado o documentado.
Pero en este caso, el tono emocional, el detalle sensorial, la ausencia de verificación explícita y el anonimato total de la fuente (Ruth no tiene apellido, no hay fecha, no hay testimonio contrastado) hacen que el lector se pregunte legítimamente: ¿Esto ocurrió así, exactamente como se cuenta? ¿O se está ficcionalizando una verdad genérica?
Si es un testimonio directo, debe estar sostenido por una labor de reportería rigurosa (entrevista, contexto, respaldo). Si no, corre el riesgo de convertirse en una ficción encubierta, incluso con buenas intenciones.
El riesgo del exceso literario
El periodismo narrativo ha demostrado que es posible contar verdades con intensidad estética, como lo hicieron Truman Capote, Gabriel García Márquez o Leila Guerriero. Pero el riesgo está en que el estilo absorba la credibilidad.
En el caso de este fragmento, la escena es tan perfecta narrativamente (el motor, la cama, los hijos escondidos, la orina) que parece construida. No se ofrece ninguna comprobación externa ni se citan fuentes institucionales, ni se sitúa el caso dentro de un patrón documentado. Se recurre a recursos de ficción (elipsis del número de violaciones, el silencio como clímax, el contraste escénico entre pobreza y turismo).
Todo esto puede ser legítimo si es cierto, pero si no hay evidencia directa o contexto verificable, se convierte en un relato verosímil, no necesariamente verdadero.
El dilema ético: visibilizar o espectacularizar
- Si el caso es real y fue documentado como testimonio directo, el lenguaje narrativo está justificado y es necesario: transmite una verdad que los datos no pueden. Pero si no hay reportería detrás, si no hay prueba de que Ruth exista, si es una "composición" a partir de muchas historias, entonces estamos ante una ficción encubierta, aunque se base en hechos estructurales reales (abusos a migrantes, violencia sexual, impunidad). En ese caso, el periodismo no solo pierde rigor, sino que pone en riesgo su autoridad ética.
Entre la urgencia y la forma
Este texto —crudo, conmovedor, impactante— se mueve en la zona de tensión más peligrosa del periodismo contemporáneo: la de usar herramientas literarias para representar realidades invisibles sin caer en la invención. Para que no cruce la línea hacia la ficción, necesita, contextualización del caso, responsabilidad con los hechos, claridad de fuentes, incluso si se protege el anonimato.
Si se trata de una historia real, contada con respeto y verificación, este tipo de narrativas pueden ser poderosas. Si no, se acercan demasiado al realismo emocional, donde la verdad se sacrifica por el efecto.